Marzo de 2020. De un día para otro, el bullicio de Alicante se apaga. Las calles que antes eran testigo del ir y venir de vecinos, turistas y trabajadores quedan en un silencio inusual. La Explanada, donde las terrazas solían estar abarrotadas de vida, se convierte en un paseo fantasma. La Rambla, siempre llena de tráfico y prisas, muestra un vacío inquietante. La playa del Postiguet, símbolo del Mediterráneo y de una ciudad abierta al mar, se queda sin huellas en la arena.
Un estado de alarma nunca antes vivido transforma por completo el paisaje urbano. Las persianas bajadas de comercios y restaurantes dan la imagen de una ciudad dormida, en pausa. Las plazas, donde antes se escuchaban risas y conversaciones, se tornan espacios sin vida. Solo las sirenas de ambulancias rompen un silencio que se extiende por cada rincón de Alicante.
Colas, supermercados y mascarillas: la nueva rutina
Las imágenes del confinamiento reflejan una realidad que parecía sacada de una distopía. En los supermercados, filas de clientes esperan su turno para entrar envueltos en una mezcla de precaución y miedo. En los carritos, productos básicos: harina, arroz y papel higiénico, mucho papel higiénico. El abastecimiento nunca faltó, pero la incertidumbre llevó a muchos a almacenar provisiones.
Las mascarillas, que al principio eran un elemento extraño, pronto se convierten en una parte más del día a día. Algunos improvisan con pañuelos y bufandas, mientras que otros consiguen las quirúrgicas azules que en poco tiempo se harán habituales. En los guantes de plástico y en los botes de gel hidroalcohólico se percibe el temor al coronavirus, un monstruo invisible que ha cambiado la vida en cuestión de días.
El eco de los balcones y el esfuerzo del personal sanitario
Si las calles quedaron vacías, los balcones cobraron un protagonismo inesperado. Cada tarde, a las ocho, miles de alicantinos salían a aplaudir en reconocimiento al esfuerzo del personal sanitario. Un gesto sencillo pero cargado de emoción que se repetía día tras día, como un ritual colectivo, un llamamiento a la esperanza.
En los hospitales, la situación era muy diferente. Mientras la ciudad permanecía en pausa, el personal sanitario libraba una batalla sin descanso. Médicos, enfermeros, celadores y auxiliares veían cómo los ingresos aumentaban sin tregua. Alicante, como el resto del país, enfrentaba una crisis sanitaria sin precedentes, con unidades de cuidados intensivos al límite y profesionales exhaustos.
La ciudad de Alicante como nunca la habíamos visto
El confinamiento alteró la esencia de Alicante. Sin tráfico, sin conversaciones en los bares, sin el sonido de las olas mezclándose con las voces de los turistas en el puerto, la ciudad parecía detenida en el tiempo. La imagen de una playa del Postiguet sin sombrillas ni jubilados paseando parecía imposible, pero fue real.
Ahora, en su quinto aniversario, las imágenes de aquel marzo de 2020 siguen impactando. Un recordatorio de cómo, de la noche a la mañana, Alicante pasó de ser una ciudad vibrante a un escenario de calles vacías y plazas en silencio. Un capítulo que quedará grabado en la memoria colectiva, testigo de un tiempo en el que el mundo entero se detuvo.