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¿Una reserva marina en el Santísima Trinidad?

La réplica del que fuera buque insignia de la Armada en el siglo XVIII podría ser ahora mucho más útil sumergida en aguas de la bahía de Alicante

La réplica del Santísima Trinidad permanece amarrada en el muelle que hay detrás del complejo de ocio Panoramis, también en liquidación. rafa arjones

¿Y si lo hundimos nosotros sin esperar a que el mar se lo trague? Amainada ya la marejada que produjo la semana pasada el traslado de la réplica del Santísima Trinidad a un muelle donde moleste lo menos posible tras la decisión de la Autoridad Portuaria de no renovarle la concesión, de obligar a que el Santísima Trinidad abandonara un muelle donde quizá nunca debió estar, y por ello habría que preguntar a quien lo autorizó en su día, surge ahora la duda de si será mejor que el «cascarón» pase a dique seco o se le busque otra salida.

Los dueños de este polémico objeto flotante tienen todo el derecho de querer reabrirlo como restaurante, gastrobar, museo o lo que estimen oportuno, y está claro que, bien cuidada, la réplica hubiera tenido futuro, pero no es el caso. Hablamos de un armatoste de madera y plástico que ha estado casi seis años amarrado en un paseo marítimo y pegado a pantalanes donde amarran embarcaciones de fibra. O, lo que es lo mismo, colocado en 2011 por el Puerto y Capitanía Marítima en medio de un potencial «polvorín» en el podría haberse originado un desastre en forma de incendio en plena zona de ocio de Alicante, según admiten fuentes de la comunidad portuaria de Alicante conocedoras del caso.

El Santísima Trinidad nunca fue, por otro lado, rentable desde el punto de vista turístico (los primeros propietarios acabaron cerrándolo al no salir las cuentas) y en los últimos años se había convertido en un peligro que había que desactivar, por mucho que le duela, entre otros, al comandante naval, José Ramón Vallespín, que desde ayer está pendiente de destino tras pasar a la situación de Servicio Activo, algo que ya estaba previsto y no tiene nada que ver, dicho sea de paso, con sus críticas al traslado.

Con el casco pudriéndose ahora junto al muelle del centro de ocio Panoramis, la Administración y los actuales propietarios tienen la obligación de buscar la mejor solución para que el Santísima Trinidad no acabe hundiéndose en aguas del Puerto. En estos momentos, el mal llamado barco no tiene ninguna utilidad porque está sin concesión, nadie sabe a ciencia cierta lo que podría costar su reparación y tampoco es seguro que la Autoridad Portuaria esté dispuesta a darle una nueva concesión porque, por otro lado, la ubicación del Santísima Trinidad había provocado el rechazo de una gran parte del sector hotelero de la ciudad.

¿Qué hacer entonces? Quizá el valor que ya no parece tener la réplica en superficie podría multiplicarse en el fondo del mar en forma de reserva marina para la fauna y flora del litoral de la bahía de Alicante o, incluso, como lugar de visita para los amantes del buceo. Obviamente, antes habría que plantearlo a los dueños, que en definitiva, son los responsables del futuro del casco.

La sociedad propietaria de la réplica del Santísima Trinidad ha recurrido ante el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana el traslado del Puerto del «artefacto flotante», según su propia definición tras haber sido reclasificado. La empresa asegura que ha reparado el casco y presentado en Marina Mercante dos inspecciones de empresas homologadas que certifican la estanqueidad y flotación, y ha realizado una inspección submarina privada ya que, según su propietario, Rafael Ibañez, Seguridad Marítima de Alicante no ha pedido pruebas ni inspecciones tras un percance surgido y reparado. De momento, el juzgado calla.

El Santísima Trinidad fue durante sus 36 años de vida el buque insignia de la Armada Española en el siglo XVIII. Dotado de 112 cañones, el navío era el más grande de la época. Combatió en todas las batallas españolas desde 1769 hasta su final en la de Trafalgar, en 1805, en que acabó hundido.

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