«Llevamos desde marzo librando una guerra y esta batalla en la que nos encontramos estos días es dura, muy dura, más que nunca hasta ahora». El anestesiólogo Miguel Castañ conmocionó hace unos días a miles de usuarios de las redes sociales con un relato desgarrador sobre su experiencia como paciente de covid-19 desde la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Peset Alexandre, en València. Con la misma claridad que entonces expuso cómo había visto a la muerte de cerca, ahora clama, suplica a las administraciones públicas competentes «que nos encierren a todos en casa. Es la única fórmula. Los hospitales no pueden más, se están muriendo decenas de personas al día y nadie piensa en algo muy importante: de la pobreza, de la crisis se puede salir pero el cementerio, no».

Médicos, enfermeros, auxiliares, técnicos de emergencias y otros trabajadores de la Sanidad que se han contagiado con el nuevo coronavirus y están pasando ahora mismo la enfermedad, libran, en cuerpo y mente, una doble contienda: contra las secuelas que el virus les ha dejado y contra la impotencia de estar en casa, aún recuperándose, mientras ven a mucha gente incumplir las restricciones mientras sus compañeros se parten el lomo, doblan turnos y hacen una guardia tras otra para poder atender la avalancha de pacientes con sintomatología más grave que necesitan atención sanitaria.

Alberto A., médico de Primaria en el departamento de salud de en Alcoy, se contagió el 10 de enero, cuatro días después de su mujer, que también ejerce la Medicina. Durante este tiempo ambos han tenido tos, mocos, dolor de garganta, malestar, cansancio pero lo han podido pasar en casa junto a sus hijos, uno de los cuales también acabó contagiado. «Se pasa mal, es una situación complicada desde el punto de vista personal y familiar, pero también a nivel laboral, porque sabes que faltan muchísimos sanitarios y no puedes hacer nada por ayudar en esta situación», relata.

La provincia de Alicante tiene unos 1.700 sanitarios apartados del servicio por contagios de covid-19 o por estar en cuarentena tras haber sido contacto estrecho de una persona infectada, situándose hasta hace pocos días como la provincia con más profesionales de la Sanidad pública en fuera de juego de la Comunidad. «No sabemos por qué, pero en esta oleada estamos cayendo como moscas. Mucho más que durante la primera ola, cuando apenas teníamos equipos de protección y nos las apañábamos con lo que podíamos», explica a este diario Ana P., una enfermera del Hospital de la Marina Baixa que también se recupera estos días en casa y que indica que el personal de Enfermería es, con creces, el más afectado por las medidas de aislamiento.

Este elevado número de bajas, unido a las ya de por sí deficientes plantillas de médicos, enfermeros y auxiliares que arrastran desde hace años hospitales y centros de salud, está obligando ahora a los sanitarios en activo a atender un volumen ingente de enfermos.

Y hace que los que están aún luchando contra el coronavirus SARS-CoV 2, lo pasen doblemente mal. El médico alcoyano no ha tenido todavía una PCR negativa ni ha generado los suficientes anticuerpos para poder reincorporarse, pero no deja de pensar en el día que le toque volver. Aunque confía poderse poner la bata pronto, también reconoce sentir miedo por la llegada de ese momento. «Claro que da miedo. Miedo a poderte volver a contagiar, a que la cepa mute, a cogerlo con más virulencia, a no saber hasta cuándo te durarán los anticuerpos y si te van a proteger... Realmente no sabemos nada, sólo que el riesgo sigue estando ahí».

El riesgo es algo en lo que hacen hincapié todos los afectados. Y también, en definir la pandemia como una «guerra». Por su profesión, son conscientes de que corrían el riesgo desde que comenzó la crisis sanitaria y por eso, prácticamente desde el principio, optaron por autoconfinarse y hacer vida prácticamente de ermitaños. «Nosotros en mi casa hemos tomado todas las precauciones, si ha habido alguna sospecha, porque somos todos sanitarios, nos hemos aislado; no hemos salido ni hemos tenido encuentros ni grandes reuniones, solo el trabajo a casa, pero este virus es puñetero y en cuanto bajas un poco la guardia, caes. Mi hija dio hasta cinco PCR negativas, pero nos acabamos contagiando todos», señala Miguel Castañ.

Ángel Aracil, técnico de emergencias sanitarias, se contagió en un brote con seis compañeros. | INFORMACIÓN

«Calma, calma»

Este anestesiólogo tuvo una PCR positiva que confirmaba su contagio el 29 de diciembre y el 1 de enero estaba en la UCI lleno de cables, con una neumonía bilateral que a punto estuvo de acabar con su vida. Ahora, con el alta hospitalaria y ya en casa, sorprendido de haber tenido una evolución tan favorable, afirma que ha dejado de ser por un tiempo médico para convertirse en paciente y no deja de hacer cuentas: «Los compañeros me dicen que calma. Uno de ellos, que también lo tuvo, tardó tres meses en recuperarse y yo tengo por delante, por lo menos, dos meses más con un soporte respiratorio, hasta poderme recuperar del todo. Así que no me toca otra que seguir las instrucciones de mi médico al dedillo y, aunque disfruto con mi trabajo y siento muchísima impotencia de ver cómo están en mi hospital, no me queda otra que esperar», lamenta Castañ.

Pero éste no es el único lamento. La falta de implicación social en la lucha contra el virus –«Mucha gente se lo ha saltado todo a la torera»; «Hay quienes han dado positivo y han estado yendo a comprar o paseando al perro»;– y la grave situación a la que nos ha llevado esta tercera ola, son otras de las cuestiones que más les está costando asimilar: «El esfuerzo de todos estos meses no ha servido de nada».

Ángel Aracil es técnico en emergencias sanitarias en el PAS del Hospital General de Alicante. Afirma que desde marzo ha tenido mucho, muchísimo cuidado. Más que por él, por no contagiar a su madre, que vive con él y tiene 85 años. Se contagió mientras trabajaba, sospecha que cuando descansaba en el mismo habitáculo que otros sanitarios con quienes comparte turno. En total, el brote afectó a seis sanitarios y, de ellos, cuatro necesitaron hospitalización por la gravedad de los síntomas. «En una guardia tan larga comes, te echas un rato a dormir,... Aunque usas todas las protecciones, para comer y beber te tienes que quitar la mascarilla. Lo haces lo mejor posible pero el virus está por todas partes y al final, te toca», explica, para después agregar que, además del suyo, entre sus compañeros ha habido otros dos brotes.

Su PCR dio positivo el 6 de diciembre y cuatro días después tuvo que ser ingresado en el hospital, donde pasó doce días con una neumonía y recibió el tratamiento experimental con plasma de enfermos ya recuperados. Por contra, su madre, por la que Ángel temía, también lo pasó pero mucho más leve y sin necesidad de salir de casa. «Los días que estuve en el hospital me encontraba fatal, pero no me la podía quitar a ella de la cabeza».

En muy pocos días retornará al servicio. Y, aunque por los datos que le cuentan sus compañeros sabe que se están viviendo momentos «muy duros», no tiene miedo por poderse volver a contagiar: «Yo he generado anticuerpos para unos meses. Lo que me da miedo no es volver a cogerlo, sino ser portador y poder contagiar a otros».

Como el resto de sanitarios que han prestado su testimonio a este diario, para este técnico en emergencias sanitarias esta pandemia «es lo más parecido a una guerra», aunque cree que el tiempo nos ha hecho verlo todo de manera distinta: «Al principio ibas al domicilio de una persona que llamaba porque se encontraba mal y cuando le decías que podía ser covid veías el miedo en sus ojos; los vecinos cerraban la puerta y hacían como si no hubieran visto nada. Era como una sentencia de muerte. Ahora ya no notamos ese miedo que había antes, a pesar de lo fuerte que está siendo esta tercera ola. Por eso la esperanza es la vacuna. Eso y que la gente se conciencie y se quede en casa». Hagámoslo.

La médico Carolina Beltrá.  | INFORMACIÓN

La médico Carolina Beltrá. | INFORMACIÓN

«Estoy a días de la segunda dosis, ahora sí que no puedo contagiarme»

Frente a los sanitarios que estos días luchan por superar un contagio está la otra cara de la moneda: los profesionales de la Sanidad pública que no han pasado en todo este tiempo el covid-19 y están a días de recibir la segunda dosis de la vacuna. A punto de cruzar la línea de meta.

La médico Carolina Beltrá, que trabaja con un «contrato covid» en el centro de salud de San Blas, en Alicante, es una de ellas. Recibió la primera dosis el día 9 y en principio el próximo sábado tendría que recibir la segunda inyección. «Vemos que es el final de un camino muy largo, muy difícil, en el que hemos sufrido mucho, y sabemos que ahora no podemos contagiarnos. Estamos haciendo todo lo posible, tomando las máximas precauciones, trabajando muy protegidos,... No nos podemos permitir quedarnos sin vacunar», explica, a la vez que reconoce sentirse una «privilegiada», ya que en todo este tiempo no ha tenido que hacerse ni una sola PCR.

Aunque asegura que lleva muchos meses autoconfinada, desde antes de Navidad amplió aún más este aislamiento preventivo y desde entonces está tratando de evitar ver a su familia para no ponerles en riesgo. Y, también, para no arriesgarse ella, consciente de que el personal sanitario es ahora más necesario que nunca: «Estamos trabajando muchísimo, tenemos agendas de 400 pacientes, te vas a casa cada día hecha polvo pero con la sensación de haber hecho las cosas bien». Sin embargo, añade, «cuando haces el seguimiento a los pacientes te hartas de ver personas con tos, mocos, que se creen que tienen un catarro común y siguen haciendo vida normal hasta que a los días descubren que tienen covid, después de ir por ahí contagiando a muchas personas».