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Bibliotecas municipales

Decía Claudio Magris, en una entrevista reciente, que la cultura es la capacidad de razonar, «la capacidad crítica de juzgar y de juzgarse, de no creerse el centro del mundo». España es un país que razona poco. Lo vemos en la actualidad de cada día, en la manera como se desenvuelven los debates, en el tono general de la política. No escuchamos, embestimos. Somos temperamentales hasta el punto de hacer buenos los tópicos que circulan sobre nosotros. Lo nuestro no es la pasión motivadora que impulsa a la acción, sino el arrebato, el pronto intempestivo, el «esto lo arreglaba yo si me dejaran». Así nos va. En contra de lo que algunos dicen, España no es un país culto. Tampoco es, en consecuencia, un país que ame la cultura, que se preocupe por ella. ¿Necesitáis pruebas? Ahí tenéis el presupuesto que el Ayuntamiento de Alicante ha dedicado, en este año que ahora acaba, a las bibliotecas municipales: mil euros. Sí, habéis leído bien, mil euros. Dice el señor concejal de Cultura que el presupuesto para las bibliotecas municipales de Alicante es de mil euros y lo hace sin sentir vergüenza, sin excusarse, sin pedir disculpas a los alicantinos por este atropello. Tampoco los alicantinos le exigimos nada al concejal de Cultura por estas descaradas declaraciones. Desde luego, uno no esperaba otra cosa de Miguel Valor, un hombre que ha hecho de la política un medio de vida. Lo grave es que esa falta de vergüenza que siente Valor a la hora de publicitar unos datos se ha trasladado a los alicantinos. No nos afecta que la dotación para la compra de libros en nuestras bibliotecas sea de mil euros, del mismo modo que no nos afectan tantas otras cosas que suceden en la ciudad. Se diría que el mal que criticamos en la política se ha extendido y nos corrompe a todos. Culpamos a quienes nos representan pero no queremos ver que son una imagen de nosotros mismos. Alicante es una ciudad enferma, cada día más indiferente hacia su propio estado. Los mismos empresarios que alentaron la corrupción y se beneficiaron de ella, son los que hoy se erigen en abanderados de la regeneración (?). Para consolarnos, nos decimos que estas cosas son inevitables. Pero no es inevitable que las bibliotecas públicas de Alicante deban apañarse con un presupuesto de mil euros. Estos males no vienen del cielo, son el resultado de la mala política municipal, del conformismo del responsable de Cultura que aceptó los presupuestos, de la mala política de un equipo de gobierno que no supo administrar una ciudad porque atendía a otros negocios, de una oposición que fue incapaz de movilizar a los alicantinos. Si no entendemos que las bibliotecas públicas son indispensables para Alicante, nos cerramos las puertas del futuro. Nos condenamos a seguir siendo la ciudad que somos: apática, conformista, sin aspiraciones. El editor Paco Camarasa afirmaba, días atrás, en estas páginas, que la cultura de Alicante había vivido de la sopa CAM. La frase es llamativa pero conviene matizarla: con esa misma sopa, Alicante tuvo un Aula de Cultura que abrió la ciudad a los aires de Europa, una Asociación de Teatro que trajo lo más innovador y arriesgado del panorama teatral... No, el mal no ha sido la sopa boba de la CAM, sino nuestra indolencia.

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