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«Con la fotografía he sido capaz de afrontar mis inseguridades»

«En algunos trabajos más íntimos he sentido necesidad de acompañar las imágenes con textos»

«Con la fotografía he sido capaz de afrontar mis inseguridades»

¿Por qué sólo la fotografía cuando controlas también otras técnicas?

Estudié fotografía en Barcelona. Las exposiciones de la ciudad me descubrieron la obra de artistas que utilizaban la fotografía de una forma creativa y emocional, como Nan Golding o Sophie Calle. Ese era el camino por el que quería avanzar. Me gradué y decidí matricularme en Bellas Artes para completar mi formación. Dominaba los aspectos técnicos del medio fotográfico, pero me sentía insegura cuando intentaba desarrollar mis emociones a través de él. Estudiar otros lenguajes artísticos fue fundamental para lograrlo. La capacidad de comunicar que tiene la fotografía no la encontré con otras disciplinas artísticas, pero a través de ellas aprendí a codificar mis emociones. No concibo una, sin las otras.

¿Qué te proporciona la fotografía?

A través de la fotografía soy capaz de entender el mundo que me rodea y también mis inquietudes personales. Para mí, la fotografía es el lenguaje con el que he sido capaz de afrontar mis inseguridades o dudas existenciales. Me hace reflexionar, avanzar y cuestionarme el porqué de las cosas. Ver que no hay un único camino preestablecido y que cada uno debe encontrar un sentido particular. Reflexiones que traslado posteriormente al espectador. Es importante que una imagen te mueva algo por dentro, que genere emociones y no sólo, aunque también, un placer estético.

Tus inicios son muy cercanos a lo documental. Pienso por ejemplo la serie En Berlín... (2001) tan precursora en tantos aspectos. ¿De qué manera hay que acercarse a lo fotografiado para no tomar partido, para ser objetiva, para mostrar sin juzgar?

En mis trabajos tomo partido completamente. En Berlín? surge por una necesidad personal: es mi manera de luchar contra la visión sensacionalista que los medios de comunicación mostraban sobre el sida, que no se correspondía en absoluto con lo que veía a mi alrededor. Muestro el día a día de una pareja portadora del virus, sus momentos de reivindicación, sus momentos cotidianos, su entorno más íntimo. En mis trabajos documentales funciono de la misma manera, hablo sobre lo que pasa a mi alrededor, sobre lo que me afecta personalmente y no puedo dejar de implicarme profundamente.

Muchas de tus fotografías son pura literatura. ¿Alguna vez te has planteado convertir cada una de esas imágenes en historias escritas?

En algunos trabajos más íntimos, en los que trato de buscar respuestas sobre inseguridades personales, sí que he sentido la necesidad de acompañar las imágenes con pequeños textos, también para guiar al espectador por el sentido de las fotografías. El resultado nunca me acaba de satisfacer y realmente prefiero que el espectador viaje con libertad por las imágenes y le saque sus propias conclusiones. En los trabajos de carácter más documental no he sentido la necesidad de completarlos con textos. El conjunto de las fotografías son muy cinematográficas y ellas solas van narrando lo que sucede.

El retrato. Algo consustancial a la propia fotografía. Tú incluso lo niegas, fotografiando nucas en tu serie No tengas miedo de mirarte a los ojos (2010) ¿cómo se capta la esencia de alguien?

Necesito un vínculo emocional y conocer personalmente a la persona. En esa serie, observando a mi madre, surge la idea de estos retratos. Se daba cuenta del paso del tiempo en su rostro y le costaba mirarse al espejo. La miraba de espaldas y podía ver lo que sentía. No necesitaba mirarla de frente porque fijándome en su piel, su pelo y las marcas que va dejando la vida, la historia se contaba sola.

Tus Postales de Benidorm (2011) ofrecen una nueva mirada. Benidorm da mucho juego a tantos niveles, ¿no?

Los nacidos en Benidorm sentimos como un amor-odio con la ciudad. De adolescentes sólo vemos las carencias y queremos irnos. Cuando volvemos la redescubrimos y nos acaba enamorando. Es una ciudad enfocada al ocio y al bienestar. Sí, encuentras muchos de los estereotipos, pero también es una explosión de libertad. Me encanta pasear por cualquiera de sus calles y encontrarme con situaciones impensables en otros lugares. La gente que nos visita hace lo que le apetece porque nadie le va a juzgar y eso da mucho juego. En grandes ciudades, la gran mayoría de las veces, me he encontrado en el metro con gente triste, aburrida o enfadada. Aquí encuentro felicidad y diversión: una pareja que se acaba de conocer en un viaje del Imserso y se vuelven a enamorar a los 70; una despedida de soltera con sus disfraces extravagantes; una familia que disfruta con la playa; unos guiris felices tostándose al sol? Una tregua a la monotonía de sus vidas y yo un escenario inagotable.

Participaste en la interesantísima exposición colectiva femenina sobre la prostitución, comisariada por Joan Fontcuberta, Los colores de la carne, con tu serie Noches de San Valentín en el Edén (2007). ¿No es curioso que artistas tan dispares y de lugares tan dispersos lo vierais desde el blanco y negro o el monocolor?

Sí que es curioso, quizá los trabajos producidos por hombres tratan el tema de la prostitución de una forma más descriptiva, posiblemente vinculada a la pornografía. El color es fundamental, da más información a lo que está sucediendo. Las fotógrafas que participamos en esta exposición intentamos ponernos en la piel de estas mujeres. El blanco y negro nos ayudó a darle un sentido más poético, en mi caso, más crítico en el de otras o incluso más natural en otras, que mostraban las relaciones humanas entre las prostitutas. Intentamos alejarnos del dramatismo habitual y simplemente contar historias.

Esa serie tuya parte de una buena idea y tuvo una producción, cuanto menos, curiosa, ¿no?

Tuve sólo un día para pensar el proyecto y presentarle la idea a Fontcuberta. Me quería alejar de los típicos trabajos de mujeres esperando en carreteras secundarias y pensé en las camas de los prostíbulos. Llevaba tiempo mirando las huellas de las sábanas deshechas en las camas. Era como un juego en el que veía historias. Al trasladarlo a un contexto tan poco habitual como los prostíbulos le encontré mucho sentido. Quería que el espectador, a través de su imaginación, viera en las camas deshechas el encuentro sexual que se acababa de producir. Afortunadamente estaba cerca el día de San Valentín y eso me hizo pensar en los hombres solitarios que buscan compañía en un día tan señalado.

¿Proyectos?

Tengo en la cabeza dos: uno son retratos a personas en los que intento representar algún rasgo que los defina; y el otro es un estudio antropológico, tipo Richard Avedon en In the American West, sobre la gente que habita Benidorm el 15 de agosto, en ese día la ciudad bate récords de visitantes. A ver qué me encuentro?

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