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Imagen y misterio

Filosofía y pintura se conjugan en una interpretación de un mito esencial de la sabiduría antigua

Giorgio Agamben (Roma, 1942) es uno de los filósofos más citados y editados de este siglo. Desde la serie de trabajos bajo el título general de Homo sacer, con su interpretación de la biopolítica moderna como proyección de la racionalidad criminal de Auschwitz, hasta su ensayo sobre la renuncia de Benedicto XVI, el nombre de este pensador impolítico sobresale en los debates sobre el destino de la comunidad y la soberanía modernas. Su constante y deconstructiva mirada hacia los orígenes de la cultura encuentra en el saber mítico griego un inagotable objeto de deseo. No extraña su empeño en la publicación de este libro. Su parte central está compuesta por una minuciosa exposición de imágenes y textos. Éstos son fragmentos de los Himnos Homéricos, de Platón, de Clemente de Alejandría, de la Biblioteca de Apolodoro o de los Fastos de Ovidio, entre otros muchos, que tienen en común su referencia a Perséfone, la muchacha indecible, arretos kore, protagonista de las revelaciones de Eleusis.

El mito de Kore-Perséfone, con su rapto, su estancia en el Hades, la desolación de la madre Deméter y el reencuentro con ella y con la luz, son una parte central de los misterios eleusinos, que tanto han dado que hablar y que pensar hasta hoy, justo cada vez que, al menos desde el joven Hegel, el pensamiento moderno se ha topado con sus límites y ha tenido que rescatar nuevas potencias desde su trasfondo más profundo.

En su ensayo introductorio Agamben examina interpretaciones canónicas como las de Rohde y Kerényi y critica su furor por el desciframiento y el empeño por traducirlas a la claridad del logos, desechando los restos escurridizos al discurso. Por el contrario, el filósofo propone interpretar lo indecible no como el mutismo ante lo irremediablemente ajeno, sino como la felicidad ante la visión del iniciado. Con similar criterio, nos dice, Diótima recordaba a sus compañeros masculinos de banquete que cuando de Eros se trata no cabe ni logos ni ciencia. Agamben insiste en la inmanencia del misterio, la alegría de la iniciación que no tiene otro objeto que la propia vida. Entre la del dios y la del animal, el animal hombre, lejos de vivir sin más, «vive la vida como una iniciación».

Kore, retoño, niña y mujer, muchacha y divinidad, expresa esta experiencia inicial. Los fragmentos eleusinos no habrían de entenderse como textos, sino antes bien como imágenes. Imágenes que piensan, que diría Walter Benjamin, y que nos revelan un fondo de saber que acoge la olvidada experiencia de tocar la verdad con la mirada. «Ut pictura philosophia», sólo de este modo las palabras pueden también tocar, nombrar, una verdad identificada con la vida. La propia edición esmerada de este libro responde a esa convicción. Las bellísimas imágenes, expuestas en varios museos, de la pintora y filósofa Monica Ferrando sin duda invitan a un sosegado silencio; incluso pueden ahorrarnos la lectura del mismo Agamben, cuya locuaz écfrasis palidece ante la elocuencia de estos pasteles y óleos mudos.

Ellos nos animan a releer los fragmentos de ese saber antiguo, cuento viejo, y nos descubren inesperados hilos de continuidad entre ellos. Más que a la vida, estas imágenes y palabras son una buena iniciación a la mirada como lectura y viceversa. Ante el placer de su contemplación, el lector puede preguntarse como aquel heterónimo de Pessoa, Alberto Caeiro, caminando gozoso por el campo: «¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es misterio!».

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