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Peculiaridades del fascismo español

Ferran Gallego analiza el nacionalismo católico como el aglutinante del movimiento político

Peculiaridades del fascismo español Un crucifijo y las fotografías de Franco y José Antonio presidían las aulas de los colegios durante el franquismo.

Crítica

El historiador Ferran Gallego, de quien hace años leí su notable obra El mito de la Transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977) (Crítica, 2008), publica en el mismo sello editorial El evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), un libro de casi mil páginas. Al tema del fascismo y del nazismo le dedicó este autor varios volúmenes durante la primera década del presente siglo. El muy extenso que ahora reseño tiene como principal originalidad, creo yo, el esfuerzo por destacar la oleaginosa densidad doctrinal del fascismo español, que a menudo se despacha desdeñosamente como algo primitivo y de vuelo gallináceo.

Por supuesto, los movimientos contrarrevolucionarios jamás han alcanzado la altura intelectual del pensamiento socialista, no digamos ya la de un sociólogo de la Historia de la categoría de Karl Marx, que además era un admirable analista político. Sin embargo, la ultraderecha de los siglos XIX y XX dista mucho de la pobreza doctrinal que algunos, de manera simplista, le suponen. Leyendo este libro se da uno cuenta perfectamente de ello. Además, la literatura ideológica de la contrarrevolución resulta indiscutiblemente de mayor nivel estético, sencillamente por su denodado empeño de fabulación mítica.

Semejante esteticidad brilla poderosamente en el fascismo. La razón, escribe Gallego, es que el fascismo convirtió la política misma en una exhibición de la comunidad nacional, lo que permitía que los antagonismos sociales se resolvieran en la apariencia de un organismo que desarrollaba plásticamente su vitalidad y que se construía y se visibilizaba armoniosamente, como forma de la nación.

No es que el fascismo fuera todo estética y performances. Eso, por otra parte, lo son también, aunque con menor intensidad, los demás nacionalismos; y ahí está el ejemplo del nacionalismo catalán de hoy, con sus «Diadas» de masas y sus cadenas humanas vibrantemente entrelazadas a lo largo del territorio irredento, entre otros espectáculos de política circense.

Movimiento de masas

¿Qué fue, entonces, lo característico del fascismo? Lo señala reiteradamente Ferran Gallego: aquello que resultaba propio del fascismo era la manera en que devenía capaz de realizar la síntesis y modernización del discurso de la contrarrevolución. Lo que le distinguía, observa, era una incansable actividad y una actitud trágica y entusiasta, capaz de ser congruente con la sensación de derrumbe de una sociedad y con el impulso de su renacimiento. Esa capacidad de integración y de reactivación, esa disciplina exhibicionista que escenifica la actitud conservadora de la patria en peligro y la proyección utópica de una nación en marcha es lo que el fascismo introdujo para construir una nueva cultura contrarrevolucionaria. ¿No maravilla nuevamente la coincidencia con el nacionalismo catalán de nuestros días?

El fascismo español se convirtió en un movimiento político de masas durante la Guerra Civil, que fue su verdadero proceso constituyente. La contienda, en la que se impuso su unificación partidista, exigió la síntesis doctrinal y la creación de un cauce de integración de todas las corrientes contrarrevolucionarias. Esas corrientes tenían, ciertamente, un punto de encuentro, que había estado presente en el núcleo de la cultura fascista española: el nacionalismo católico.

No sólo el catolicismo singularizó al fascismo español frente a otros fascismos, sino que, según piensa Gallego, el tránsito del Estado abiertamente fascista de 1937 al Estado católico desde mediados de la II Guerra Mundial pudo realizarse precisamente debido a tal singularidad. Un ideólogo de la Falange fundacional tan señero como Sánchez Mazas había declarado ya, en perfecto acuerdo con los pensadores contrarrevolucionarios, que el estilo falangista se caracterizaba por preferir el ser a la existencia. La idea era la de «la alternativa metafísica de España». En ella se encontraban la concepción cristiana del hombre y la visión católica de la sociedad. Así, para el fascismo español, la patria renacía como lo único que podía ser sin traicionarse: como nación católica. El catolicismo español no representaba, pues, una cuestión de fe personal, sino una concepción del sentido comunitario de la existencia, de la organicidad del orden social, de la legitimidad del poder, de la formación histórica de España y de su destino en lo universal. Es en este esquema ideológico donde encajan, en tanto que sinónimos del mismo, los conceptos de Imperio y de Estado totalitario. Imperio y Estado total significaban la misma cosa: jerarquía, unidad de mando, partido único e identificación entre la comunidad y el Estado, aunque no la absorción de aquélla por éste.

¿Cómo enjuiciar este imponente libro? Dejo a un lado la valoración historiográfica de sus principales tesis, remitiéndome al respecto a la amplia reseña crítica publicada por Enrique Moradiellos en Revista de Libros, que en términos generales comparto. Diré, pues, lo que, a partir de la soberanía de todo lector, echo de menos.

Ferran Gallego traza un minucioso recorrido por los autores que inspiraron o cimentaron doctrinalmente la España del 18 de Julio. Aunque el surgimiento y el desarrollo del ideario fascista durante la II República se describen en diálogo con los acontecimientos políticos de la época, no sucede lo mismo, lamentablemente, a partir de la Guerra Civil.

La obra apenas se refiere a los avatares institucionales del régimen de Franco, si bien la exposición de las aportaciones doctrinales (particularmente desde el Derecho Político, la Teoría del Estado y la Filosofía del Derecho) resulta detalladísima. De este modo, la concentración del poder y la distribución vicarial del mismo entre las élites del sistema son asuntos ajenos a un esfuerzo doctrinal sin otra utilidad aparente que la generación de mitemas propagandísticos. A lo que hay que añadir que el franquismo, visto en conjunto, debe ser entendido a mi juicio como un régimen antiliberal cuya producción de valores concluyó por delegarse enteramente en el catolicismo. De ahí el impacto deslegitimador sobre la dictadura del Concilio Vaticano II.

En obra sin embargo tan extensa falta igualmente algo no menos importante: el examen del pensamiento económico de la contrarrevolución y de la política económica nacionalista en el período estudiado. En esa conjunción de tradicionalismo y modernidad que el fascismo quiso articular, ¿no se considera esencial el examen de políticas tan ideologizadas como las de infraestructuras y comunicaciones, la estatización de los grandes medios de producción, el industrialismo, la protección arancelaria del mercado nacional, la política agraria, etc.?

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