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El adiós a un gigante

Keith Jarrett, en una imagen promocional antes de sufrir dos accidentes cerebrales.

Era imposible que Keith Jarrett supiera lo que iba a ocurrir. Y, aun así, es imposible escuchar este disco sin sentir que de alguna manera es una despedida. Bordeaux Concert se grabó en el verano de 2016 durante su última gira. Un año y medio después, Jarrett sufrió dos derrames que lo alejaron de los escenarios. Muy probablemente, para siempre. El concierto de Burdeos, junto a Munich 2016 y Budapest Concert, grabados durante de esa misma gira y publicados recientemente, sabe inevitablemente a final. Y es un final luminoso y radiante. Un adiós inesperado pero digno del que ha sido uno de los grandes improvisadores de su tiempo y un icono de la música moderna.

El adiós a un gigante

Jarrett ha cubierto muchos frentes. Pero sus recitales a piano solo, gracias en especial a Köln Concert, lo convirtieron en leyenda: conciertos en los que Jarrett se sentaba frente al piano sin saber qué iba a tocar. Durante décadas, sus improvisaciones en solitario fueron como lienzos de enormes proporciones. Vuelos libres que nadie en el público -lo sabe cualquiera que haya podido verle en concierto- se atrevía a interrumpir con aplausos, murmullos ni toses. Más tarde cambió esos largos viajes por colecciones de piezas más cortas, como en el concierto de Burdeos. Pero en mural o en miniatura, la inventiva de Jarrett ha sido siempre extraordinaria.

Un gran interrogante

Bordeaux Concert arranca fuerte, como un gran interrogante. Música atonal, suspendida en forma de pregunta que se va resolviendo poco a poco, riquísima en ideas y en matices, hasta hacerse casi canción. Queda aún una hora de música pero de alguna manera, todo lo que vendrá ya está anunciado en esa primera parte. La belleza diáfana de algo que parece góspel, las aristas angulosas del be bop, el lirismo de la música romántica, la sencillez de las melodías del folclore, el rigor del contrapunto. Pocos pianistas abarcan tanto, y aún son menos los que destilan todos esos saberes en una música tan bien definida, con un propósito tan claro.

En el concierto de Burdeos hay trayectorias atrevidas que nunca van a la deriva y paradas en lugares inventados por Jarrett que suenan como si siempre hubieran estado allí. Part IX, levantada con la riqueza armónica de las canciones escritas para Broadway, podría ser un estándar con remate barroco. Part III, una canción de cuna. En el estribillo imaginario de Part VII, Jarrett maúlla como si con su voz pudiera empujar la música hacia la nota que busca para hacer de la improvisación, canción. Part X parece una partitura escrita para un montón de voces que se persiguen y se responden, solo que la resolución se escribe sobre la marcha. Part VIII es el blues que nunca falta en los conciertos de Jarrett. Y el final, plácido en Part XII y solemne en Part XIII, es el conmovedor adiós de un músico que ha brillado hasta el final.

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