Luz Gabás, ya desde su debut literario, Palmeras en la nieve, se demostró como una escritora que tenía el talento de conectar con los lectores, que se cuentan por cientos de miles. En aquel primer libro, de más de 700 páginas, se conjugaba la ficción histórica con una historia de amor imposible. En Lejos de Luisiana, ganadora del último Planeta, el esquema tiene muchos paralelismos con el de su primer superventas y, durante más de 760 páginas, la autora aragonesa (Monzón, 1954) nos lleva a la convulsa Luisiana de la segunda mitad del XVIII. Los cambios de Gobierno, del francés al español, su convivencia con los territorios ingleses y con los indios nativos, y, más adelante, la irrupción de los rebeldes norteamericanos son los acontecimientos que marcan la vida de los colonos franceses, comerciantes, de la próspera Nueva Orleans. La trama se va tejiendo entre intrigas de la incipiente burguesía que se opone al cambio de Administración y que se sofoca con el ajusticiamiento de los rebeldes, los titubeos políticos de los indios, la creación de San Luis -abordada con trazo grueso-, la aparición de esclavos cimarrones y las tribulaciones de los comerciantes ante la incertidumbre de los tiempos cambiantes. Todo aderezado con tramas sentimentales que van de las preocupaciones de las jóvenes casaderas a la difícil situación de una mujer abandonada por su esposo que mantiene una relación con otro hombre.

Hasta casi un tercio del libro, y recordemos su desmedida longitud, la novela es una historia de aventuras que adolece de cierta ausencia de tensión. Los hechos: rebeliones, conflictos entre colonos o con los indios, transcurren en una suerte de planicie narrativa, quizá porque lo que la autora pretende en estas primeras 250 páginas es familiarizarnos con los personajes y sembrar la semilla del terreno en el que quiere hacer crecer el texto, la gran historia de amor. Si bien las historias amorosas son numerosas, incluyendo las que suceden entre esclavos, hay una que vertebra el libro, entre una joven, hija de unos de los prohombres de Nueva Orleans, y un indio. Son personajes de una alta integridad moral y con pocos claroscuros. De hecho, en los albores de este amor presuntamente imposible, ella se casa y es madre pero no es hasta que enviuda prematuramente que dan rienda suelta a sus pasiones. Aquí la autora se siente más cómoda, sustentada también por los clichés del género romántico.

Lejos de Luisiana se lee bien pero la forma no es su punto fuerte. La prosa, correcta y pulida, deglute todo para evitar esfuerzos al lector. Sorprende que en una novela de tal magnitud no deje que los personajes se definan por sí solos y tenga la necesidad de entregarnos todo masticado. El narrador omnisciente no perfila con los hechos o los diálogos, sino que nos regala frases como: «Y si había dos cosas que Ishcate detestaba era la indecisión o la debilidad» y «Comprendió con tristeza y resignación que el amor no siempre bastaba». Las descripciones también son, a menudo, sonrojantes: «sus facciones eran perfectas, su mirada, embriagadora». Como no podía ser de otro modo, los corazones laten desbocados y los personajes suspiran para sus adentros. De hecho, hacen muchas cosas «para sus adentros»: sonríen, reconocen, piden, maldicen, ruegan, reprochan o se lamentan. Como a Ishcate, el amante nativo americano, no se le ha otorgado una voz propia y distintiva, la novelista siente la idea de reforzar su origen e incluye palabras en su idioma que traduce para nuestra comprensión. «Ishcate pensó que cada vez se parecía más a un kwaahkwaanshia -un saltamontes-». Pero si algo no ha conseguido Gabás es dotar de textura a los diálogos, siempre acartonados, sobre todo en una novela tan coral como la que nos ocupa.

Es probable que estas carencias no sean importantes para el lector al que va dirigida la obra y que agradezca que le allanen el camino. Al fin y al cabo, son muchas horas las que va a estar sumergido en esta inmensa novela de amor y aventuras, y no es cuestión de ponérselo difícil.