La ficción televisiva ha vivido esta madrugada uno de sus momentos planetarios. Un mágico evento que ocurre de vez en cuando, en el que la vida se detiene, mientras millones de personas se reúnen frente a la pantalla para seguir el final de su serie favorita. En el caso de Juego de Tronos lo han hecho por afición, otros porque están convencidos de que en cuanto entren a Internet a la mañana siguiente alguien les va a chafar algo. En este análisis no habrá spoilers, pero puede que se deduzca qué es lo que va a pasar o a algunos les confirme las quinielas. Tras ocho temporadas y nueve años en antena, Juego de Tronos se ha despedido de sus fans. Aún de cuerpo presente, muchos se han lanzado a buscar a su heredera, aunque ya llevaban tiempo haciéndolo.

¿Ha estado el final a la altura de las expectativas? Responder a esa pregunta puede ser considerado hasta spoiler. A quien sea detractor de esta temporada final, a aquellos que se han sumado a la campaña para que la rehagan entera, ya les voy avisando de que el capítulo no les va a gustar. Para despedirse de sus fans, Juego de Tronos deja atrás la épica y opta por un final anticlimático. Siempre ha sido tradición que el momento del shock llegaba en el penúltimo episodio y el final se dedicaba a ir colocando las piezas para la siguiente temporada. Esta vez tenemos el añadido de que no habrá siguiente temporada. Esto ha sido todo amigos.

A lo largo del capítulo, D. B Weiss y David Wenioff se dedican a ir cerrando todas las tramas que quedaron abiertas en el episodio anterior y, después, darnos la oportunidad de despedirnos de nuestros personajes favoritos. En muchos casos, las quinielas se han cumplido, en otros se han quedado muy lejos de la realidad. Como lo fue El señor de los Anillos, el gran referente literario que tuvo George R. R. Martin, el final podría considerarse anticlimático. Para esos 85 minutos finales, hay dos partes claramente diferenciadas. La primera mitad sirve para que los protagonistas se enfrenten a los acontecimientos del episodio anterior. Ese giro que indignó a muchos fans y que sólo podría solucionarse de una manera. Jon Nieve (Kit Harington) y Tyrion Lannister (Peter Dinklage) tienen que enfrentarse al hecho de que entregaron el Trono de Hierro a alguien que era peor que las personas que lo ocupaban antes. Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) ha resultado ser una tirana y no tiene ningún cargo de conciencia con lo ocurrido. No hay una lucha final épica, sino que se trata de un momento tan doloroso como íntimo. Pasado el mal trago, la segunda parte del episodio se centra en cómo los supervivientes ponen las bases del nuevo mundo que ahora se pretende construir.

Quizá haya quien esperaba muchas más bajas en esta temporada final. Cuando una serie se pone en el candelero tras matar a sus protagonistas y vender la idea de que ninguno de sus personajes es intocable, puesto eso es lo que suele pasar. Seguramente entre los decepcionados están quienes esperaba a Jon Nieve sentado en el Trono de Hierro, pero en el desenlace se ha optado por reforzar la dimensión trágica del personaje. La historia de cualquiera de los protagonistas de Juego de Tronos les deja en una situación en la que podría retomarse perfectamente en cualquiera de los spin offs que HBO está preparando de la serie. Puede que no haya sido el final perfecto, pero era el más lógico. HBO ha hecho Historia (así con mayúsculas) con el desenlace de la serie más seguida.