Fascismo made in USA. HBO ya ha terminado la emisión de la miniserie La conjura contra América, adaptación de la novela de Philip Roth, y que nos plantea una realidad alternativa en la que un partido pronazi ganó las elecciones a la presidencia de Estados Unidos en 1940 y el país no llegó a intervenir en la Segunda Guerra Mundial. La versión para la pequeña pantalla ha corrido a cargo de uno de los más prestigiosos y comprometidos creadores de la plataforma, David Simon, autor de clásicos televisivos como The Wire, Treme o The Deuce. Durante seis episodios de una hora, la serie nos introduce en un mundo de pesadilla, donde una familia judia residente en el barrio de Newark (New Jersey) asiste impotente a la espiral de miedo y violencia que se extiende por el país. Es el desmoronamiento de una democracia.

Desde que Quentin Tarantino se atreviera a cambiar la Historia al final de Malditos Bastardos, parece que se ha abierto el campo para las ucronías. Tramas que no son necesariamente de ciencia ficción pero que hablan de realidades alternativas en las que las cosas ocurrieron de otra manera. En Para toda la Humanidad (2019) de Apple TV se nos plantea un mundo alternativo en el que la Unión Soviética fue la primera a llegar a la Luna. El cuento de la criada (en España en HBO) se debate entre la distopía y la ucronía al ambientar esa sociedad represora contra la mujer en un futuro no muy lejano sin concretar. Tampoco es la primera vez que vemos una América dominada por los nazis. En El hombre en el castillo de Amazon se nos planteaba un mundo donde Alemania ganó la guerra y los Estados Unidos fueron repartidos como los trozos de un pastel entre el III Reich y Japón. Incluso en la recreación del cómic Watchmen se nos presenta un país donde el supremacismo blanco es una de las grandes amenazas de ese mundo en el que Richard Nixon se mantuvo como décadas como presidente y luego le sucedió Robert Redford. Sí, el actor.

El hecho histórico que altera la realidad en La conjura contra América es la concurrencia de Charles Lindbergh a las elecciones presidenciales de 1940. Lo que viene a continuación se puede leer sin problema porque se trata de hechos históricos que los guionistas dan por sabidos y dan contexto a la trama. Lindbergh fue toda una leyenda nacional, al convertirse en el primer aviador que atravesó el Atlántico realizando un vuelo sin escalas entre Nueva York y París en 33 horas en 1927. Con su avión Spirit of St Louise pasó los años siguientes explorando posibles nuevas rutas con países latinoamericanos y hasta fue contratado como asesor de compañías aéreas para establecer líneas comerciales. Ese espíritu aventurero por la exploración de nuevos territorios y sobrevolar hacia zonas exóticas y vírgenes era el que animaba a los protagonistas de Up (2009), la película animada de Pixar, a explorar esos nuevos territorios. En 1932, la familia del aviador era golpeada por la tragedia. Su hijo de tan solo veinte meses de edad fue secuestrado y posteriormente asesinado. Los secuestradores usaron una escalera para entrar por la ventana del domicilio familiar y llevarse al pequeño. Por el rescate se llegaron a pagar hasta 50.000 dólares, pero el cadáver del niño fue localizado dos meses después en un bosque cercano al domicilio de Lindbergh con un golpe en la cabeza. El dinero del rescate fue la pista que condujo a las autoridades hacia un sospechoso: Bruno Hauptmann.

El proceso judicial acabó con la condena a muerte del acusado y con una reforma legal por la que el secuestro pasaba a ser delito federal en el país. Hauptmann era un carpintero y exmilitar alemán durante la I Guerra Mundial, a quien las heridas sufridas en la contienda le arrojaron al mundo de la delincuencia. La prensa le convirtió durante el juicio en el enemigo público número uno e incluso se llegaron a falsear pruebas para incriminarle, por lo que aún hoy existen dudas si Hauptmann llegó a ser el verdadero culpable. ¿Pudo influir esta tragedia familiar en el hecho de que Lindbergh tomara la postura que adoptó ante la Segunda Guerra Mundial? La leyenda de la aviación era partidario del aislacionismo, de que Estados Unidos permaneciera neutral ante la contienda. Neutralidad que pasó a un apoyo hacia la figura de Hitler. Esta adhesión al nazismo le pasó factura y tuvo que dimitir de muchos de sus cargos. Durante la guerra, consiguió rehabilitar su imagen colaborando en la fabricación de aviones y llegando a realizar misiones de combate contra los japoneses. Sus turbias amistades fueron borradas, hasta el punto de que el mítico director Billy Wilder, que había tenido que huir de Alemania tras el ascenso de Hitler al poder, llevó a la gran pantalla en 1957 aquella travesía que encumbró a la fama Lindbergh. James Stewart, ese actor que siempre caía bien interpretera a quien interpretara, era el encargado de encarnar al pionero. El film, titulado El Espíritu de St Louis, se basaba en un relato autobiográfico escrito por el propio Lindbergh en 1954 y con el que ganó el Premio Pulitzer. Su figura había quedado rehabilitada para la posteridad. Al igual que la del magnate de la industria automovilística, Henry Ford, cuyas ideas antisemitas le brindaron el dudoso honor de ser el único norteamericano que aparece citado en las páginas de Mein Kampf, el libro que recoge el idearío de Hitler.

Hasta aquí la historia real. Lindbergh no concurrió a las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 1940 como cuenta la serie. Los candidatos de los dos grandes partidos (demócratas y republicanos) eran favorables a la intervención en la contienda, motivo por el que los aislacionistas llegaron a barajar a la figura del aviador como tercer candidato. La trama se dedica a especular con la posibilidad de que esta propuesta hubiera ido mucho más allá, obteniendo respuestas estremecedoras: el gran caldo de cultivo que hay en la sociedad norteamericana para la proliferación de ideologías de extrema derecha. Durante la campaña electoral, las ideologías totalitarias que se esconden tras el programa de Lindbergh son blanqueadas, usando a personalidades vinculadas al judaísmo como títeres y herramientas que le permitan escalar al poder. Es el caso del rabino que interpreta John Turturro, que al principio actúa de buena fe y luego va comprobando que se ha equivocado de bando. Las ambigüedades en el mensaje de Lindbergh facilitan que hasta los propios judíos tengan dudas sobre si apoyarle o no y las acusaciones de nazismo son "infundios de los rojos". Dos ideas se repiten machaconamente para confundir al electorado: no es un antisemita y su postura contra la guerra es evitar que mueran americanos inocentes por un conflicto que no es el suyo.

En La conjura contra América vemos el ascenso de las ideologías totalitarias al poder de Washington a través de los ojos de una familia judía del barrio de Newark. Aunque uno de los nombres más conocidos del reparto es el de Winona Ryder, es su hermana en la ficción Zoe Kazan quien nos ofrece la mejor interpretación, como la esposa de un modesto vendedor de seguros y madre de sus hijos que va viendo cómo su mundo se derrumba. Marc Spector está bien en su papel de cabeza de familia, pero su esposa en la ficción se lleva los mejores momentos. Se supone que es a través de los ojos del hijo más pequeño de la familia como vemos el desmembramiento de la sociedad. Aquellos que hayan visto otras series de David Simon, ya saben el gusto del showrunner por las historias corales. Esta serie es menos coral que otros de sus trabajos anteriores, pero vemos la historia desde los distintos miembros de la familia Levin. La espiral del odio se extiende por el país y, lo que en un principio eran acaloradas discusiones sobre política se van transformando en algo más feo. La tensión va en aumento a medida que avanzan los episodios con la sensación de que el Estado pone en marcha todos sus mecanismos de represión, los periodistas críticos con el poder son asesinados y las capuchas del Ku Klux Klan se pasean con impunidad sembrando el caos.

El gran pero de la serie (y aquí vienen spoilers sobre el desenlace, avisado queda) es que tras alcanzar el estado de tensión máxima, todo desaparece de repente. Sin saber muy por qué. Quizá el mensaje es que los acontecimientos que se habían puesto en marcha sobrepasaban a sus personajes. De la noche a la mañana se descubre que Lindbergh estaba siendo extorsionado por el régimen nazi, que mantenía a su hijo cautivo en Berlín. Su secuestro y asesinato fueron una conspitación del III Reich para hacer saltar el proceso electoral. La salida a la luz de estos hechos permite al país volver a la normalidad y organizar unas nuevas elecciones. La serie deja en el aire cuál puede ser el resultado de esos nuevos comicios, deslizando la sombra de que los resultados pueden haber sido amañados. ¿Se ha corregido la Historia y en los años siguientes ocurrieron las cosas tal y como las recordamos o va a persistir el régimen totalitario en Washington? Muchas de las voces que apoyan a Lindbergh en la serie usaron argumentos que en los 50, durante los años del macartismo, se oirían, que el verdadero enemigo era Stalin y no Hitler. Recordemos también los disturbios raciales en los sesenta por el mero hecho de personas de color que querían ir en el autobús o a la Universidad. Queda la sensación de que esa realidad que nos plantea la serie no es tan diferente como la que ha vivido en el país durante el siglo XX y los paralelismos entre el ascenso de Lindbergh a la presidencia y los del actual inquilino de la Casa Blanca son evidentes. Newark, el barrio en el que vive la familia judía protagonista de la serie, es hoy uno de los principales núcleos de población hispana en el país y todos ya sabemos cuál es la postura de Donald Trump hacia ese colectivo. En realidad, a través de un pasado imaginario, se nos habla de un presente aterradoramente real.