Dolores Gálvez enviudó por quinta vez en Agosto del año cincuenta y nueve del siglo pasado. La familia del interfecto puso en duda la naturalidad de aquella muerte, ya que, aunque repentina, había sido precedida de insufribles dolores abdominales en la persona de Antonio Gimenez, abogado del estado, marido licencioso de Lola, el cual, de seguir su meteórica carrera, hubiera llegado a ser procurador en Cortes. Cinco veces son muchas, incluso para las casualidades. A finales del siguiente mes, Dolores fué detenida acusada de haber envenenado a Antonio. No cesaba de referir llantos y aleluyas al finado, aunque de poco sirvieron.. Las crónicas de la época cuentan que tras una minuciosa labor de la guardia civil (en los interrogatorios la molieron a golpes), la reo confesó haber envenenado a sus cinco esposos. Fue condenada al cadalso en el año sesenta, confirmándose la ejecución en el penal del Dueso, una mañana indeterminada del mes de Mayo. Dicen que en su paseo hasta el garrote, mantuvo actitud soberbia y arrogante. También dicen que tuvo tiempo de cartear con otro pretendiente o seguidor, pues sus delitos aparecieron en el Caso, creando legión de admiradores. Lola la envenenadora sintió como su cuello se rompía mirando con una sonrisa a un cura de sotana que el estado le ponía en gratuito auxilio espiritual. Dos minutos antes le había comentado socarrona: a usted le hubieran gustado mis cafés.