"Apreciado señor Vila Matas: diferentes sensaciones han alegrado mi tarde después de leer su misiva. A la estupefacción y asombro siguió el escepticismo, todo podía ser una broma de algún enemigo. Digo enemigo, porque un amigo hubiera empleado otra identidad, tal vez Cela, Hortelano, el propio y triunfante Mendoza. Saber que usted, señor Vila, era el remitente, obedecía sin duda a una realidad paralela. Una vez comprobado científicamente el remite, (la dirección de correo es de una agencia literaria), supe que posiblemente usted había interrumpido sus quehaceres, - seguir elaborando estrategias de alta destrucción-, para dirigirse hacia mí, pobre mortal de la blogosfera.

Pero basta de agradecimientos encubiertos. Sí, lo acuso, usted obliga al desespero y la automutilación, usted exprime lo más tenebroso del espectador, del lector, del tímido pensador que intenta arrimarse a la corriente del viento de Parma. No sé si se lo han dicho algun vez pero sus escritos huelen a cebolla recién arrancada de la tierra húmeda. Ese olor impregna casi toda la obra. En mi biblioteca, por ejemplo, debo de apartar sus títulos. Estantes diferentes, aislados del olor a cebolla. Me pasó con el excelente Bartleby, con aquellos cuentos desgarradores en Al sur de los párpados, donde ya advierte que nadie debe leerlos, o, por citar cualquier otro, su cualidad circular, la que le hizo escribir sobre como acabar con los números redondos.

Tranquilícese Enrique, usted no ha influído en mi espacio, en el universo del que me habla. Ni siquiera en las imágenes que pretendo malescribir. Sólo ha influído en mi desesperación. Cuando abro sus relatos uso una mascarilla que ralentiza los vapores de cebolla. A veces lloro, otras veces acabo agotado, exhausto, sin aire para conciliarme con el mundo.

Para finalizar y no seguir extendiéndome, solo queda despedirme, amigo enemigo. Sin duda seguiré plantando sus libros en las macetas del balcón. Y continuaré leyéndole, aunque siempre intento resguasdarme de la inmensa lluvia que produce. Y nada, ya sabe que aquí estoy, deseando escribir, (dicen que mis textos huelen a ajos), deseando componer una ensalada de letras con cebollas, ajos y algún pimineto... todo eso si no acabo muerto entre sus líneas salvajes. Suyo epistolarmente:"

A. R. J. ENERO 2011