...camina por el puente sin que nadie le preste la mínima atención. A esa hora está lleno de parejas que se manosean jurándose amor eterno. Ponen candados en las verjas inferiores, candados con sus nombres de pareja, como si así, con esa muestra férrea, el destino no oxidara las promesas en celo. Camina por el puente agotado, cansado de todo. En un punto que conoce bién apoya el pie. Es un resbalón pétreo que sobresale y que puede ayudarle a saltar en cuanto se decida. Un salto hacia un río canalizado, todo hormigón a los lados, con una vena apestosa de agua sucia y marrón camino al delta de los imposibles. Una mujer se arrima de improviso y le comenta: ¿Se vá usted a lanzar?. Le avergüenza oir esas palabras. Es bella, viste de rojo y tiene ojos brillantes. Pero aprecia que no pregunta, afirma. Se vá usted a lanzar, en imperativo. Y le cede el antebrazo para que, desde el resbalón, tome impulso. Ahora, comenta. Es un instante, vibrante si quieren, pero sólo un instante. Decidido, salta sintiendo mariposas en su estómago. Ella asoma medio cuerpo por la baranda llena de candados, viendo como se estrella contra la acequia apestosa. Las parejas distraídas comienzan a darse cuenta de que algo ha ocurrido. El murmullo de los paseantes se convierte en un corro de comentarios. Luego, aquella mujer vestida de rojo desaparece tranquilamente, paseando por la acera del puente.