Un chimpancé sin miedo decide adentrarse en el mundo. El mundo para los fugitivos es de avalancha y acoso. Todos se arremolinan alrededor de la fiera que suponen es. Una fiera nada feroz que escala balcones y busca algo que marca su instinto: la jungla. Pero no hay jungla, sólo campos de olivos, alondras, avutardas, aceitunas productivas y guardias civiles en las lomas. La jungla, él lo sabe, está en un recodo de su recuerdo antropológico, en una de las hélices del adn. Hasta imagina como huele, aunque nada es igual a lo soñado.

El chimpancé en breve es narcotizado y vuelve al mundo artificial del zoo. Dos dardos, un furgón de retorno, agua y cuidados. Mientras tanto el pueblo se jacta en televisión, un hecho tan notable no se había producido jamás, ..... tal vez el día que un rayo rompió el campanario.

Despierto yà, saluda a sus congéneres presos: empieza haciendo gestos no habituales, comenta un cuidador. Quizás sea el efecto post anestesia empleada en su captura. Pero no, yo sé lo que explica a los otros: ha visto en el mundo nuevo un cartel con la cara seria de un compañero chimpancé: El origen del planeta de los simios, decía. Otro mundo es posible.