"Engrosé las filas de la rebelión con un magnífico 30-30. Se trataba de andar en los montes buscando al enemigo que jamás aparecía. Sí los jaguares y las alondras, las zarzas espinadas que se metían por arriba del forraje de las botas de media caña. Recuerdo que vinieron a buscarme el capitán y su sombra en un caballo blanco que bufaba humo por las narices. Y me dieron cananas y peines. También el 30-30 con el que luego acabé matándolos a todos. En vez de rebelión sólo buscaban partidas de sangre y violación, robos en nombre de nadie, carcajadas y sacrilegios. Una noche, en una acampada con fogata naranja, aprovechando el son de las guitarras y la peste del licor, monté el arma en la loma que baja al río para, desde alí mesmito, agujerearlos por orden. Uno, dos, tres, así hasta siete. Toda la partida del capitán seca, con los dientes encharcados en rojo. Me apresaron los estatales en la barranca del asno, cerca de Pàtzcuaro. Nunca supe porqué pagué cárcel, jamás dije hasta hoy a naide que disparé contra naide. Más así son las cosas. Después de dos años de cumplimiento subo al monte a por mi 30.30. Lo enterré aquella noche no más, sólo yo sé el sitio. Para que empiece de verdad la rebelión".