Me acabo de comer a Otto, compañero en estos dos últimos años. Es la segunda vez que me como a un colega. Por eso creo que la persona que nos alimenta ha decidido tirarme por la taza del váter. No hay nada que justificar, pero en todo este tiempo de pareja, lo único que ha hecho Otto ha sido molestar y encapricharse del cuidador. Este acuario es pequeño, tiene en el centro un alga de plástico y un cofre abierto con la calavera pirata. En una esquina las burbujas se acumulan depurando oxígeno, burbujas de diferentes tamaños. Normalmente suelen alimentarnos por ese lugar. El gilipollas de Otto, cada vez que veía una yema de dedo en el cristal acudía a besuquearla, como si adorando la mano que nos alimenta no se limitara a dar vueltas eternas alrededor del mismo eje y del mismo perímetro. Antes me acompañó otro tropical, Save, le llamaban. Un imbécil egoista al que me zampé en apenas dos semanas. Imagino que a mi cuidador ya no le gusto, posiblemente sea un vulgar ignorante, como tantos humanos, tal vez no comprenda que el pez grande se come al chico, o que las especies no congenian entre sí, sino que predominan las adaptativas, pura teoría de la evolución. Pero creo que este tipo no tiene ni idea de esos asuntos. Veo que acude con la redecilla cónica a por mí. He oido hablar del submundo en los sumideros y alcantarillas. No creo que sea para tanto, prometo, llegado el caso, habituarme sin problemas.