A despropósito de las nubes turbias que envuelven las megaciudades, recuerdo un cuento de Boris Vian donde una niebla espesa acababa apropiándose de la urbe y a todos, a todos, les entraban deseos terribles de follar. Concupiscencias incontroladas, unos con unas y otras con aquellos, esa niebla era la antítesis de la de King, donde monstruos surgidos del meteoro intentaban devorar a los supervivientes de un pueblo, encerrados, como nó, en un supermercado. La niebla, (boira en catalán, palabra auténticamente maravillosa) es recurrente, sobre todo porque nos impide ver, dotando a esa ceguera extranormal de inquietantes sombras. Los niveles de mercurio, dióxido o azufre se disipan en la suculenta nube que en forma de globo intoxica a los ciudadanos. Es una nube originada por la mierda, originadora a su vez de enfermedades de mierda. La naturaleza de la excrecencia es el hombre, en singular, rey de la creación, aunque digan que las vacas contribuyen con su metano al envenenamiento. Autos, humos, vertidos, quemados, industrias, venenos. No es de extrañar que cualquier habitante del centro mesetario, al llegar a estas bajas latitudes y ver la mar, oh la mar, mee residuos sólidos de la impresión. Que en breve haya que andar con mascarillas anticontaminación, o máscaras antigases, o caretas anti estrés es cosa sabida. De momento, a pesar de los miles de intentos por joder la marrana, uno contempla una bandada de gaviotas y patos comiendo en el remanso de la marea que viene, plácida, pulsada. El olor a salitre empapa pulmones curándolos igual que se cura la melva en los barcos. Comento: las gaviotas se están dando un festín, debe de haber mucho pescado. Nó, contesta un señor bajito con chándal, están comiendo mierda arrojada desde el puerto. Una niebla ligera empieza a asomar.