Un día se conocieron vía chat. Cosas de los nuevos tiempos. Tu mengana yo fulano, encantado. Sí claro, vivo en Dublín. Oh, por supuesto, vivo en Madrid. Quedaron citados para el fin de semana y cumplieron ambos. Después otro fin de semana, y otro. Nunca enviaron sus fotos, nunca usaron cámaras. Soy un poco gorda. Y yo un poco feo. Un sábado, envueltos en frenesí cybernético, en sexo de palabras y monosílabos escritos, lo confesaron. Verás, soy bastante gorda. Bueno, yo bastante feo. Verás estoy casada. Yo también. Con hijos. Igual. Pero... ¿me sigues queriendo?. Claro. ¿...Deseando?. Por supuesto. No vivo en Dublín. Tampoco yo en Madrid. Somos de la misma ciudad. Te deseo. Igual. ¿No te gustaría verme?. Tal vez, pero si tu me ves, ya no me querrás. Te he dicho que soy muy feo. Y yo que soy muy gorda. ¿Nos vemos?. Vale, el día quince, en algún sitio. Por ejemplo en una cafetería céntrica. Sí, amor.

En una silla de la terraza veraniega una mujer obesa lee una revista. En la esquina de esa calle un hombre, feo, bajo, medio chepado, la mira sabiendo que sólo puede ser ella. Y cuando se acerca con un ramo de flores, la mujer, con lágrimas en los ojos, abraza colosalmente a su pareja. Al sentir la orondez corporal el hombre se emociona y traga saliva.