Con los almendros en flor y el frío polar llegan los días de carnaval. Pensaba escribir un artículo aséptico pero me asalta el fantasma de Fígaro y recuerda en "El pobrecito hablador" que todo el año es carnaval. El mundo todo es máscaras. Larra con la tapa de los sesos reventada por un cañón que empuñaba una mujer imaginaria con careta de diablesa, rabo bífido y pechos escarlata. Todo el año es carnaval en este país.

Convertida la lucha entre carne y cuaresma en pura subvención, derrapan las bandas de músicas, los disfraces horteras, el travestismo singular. El verano y el invierno pelean antagonistas. El pueblo, las represoras iglesias, sus sacerdotes, ministros, arzobispos, hijos todos del mismo disfraz carnavalesco. El estado se llenó hace mucho tiempo de mercaderes y engulle regurgitándo cualquier atisbo de rebelión. ¿Rebelión o transgesión?. Las danzas, las bebidas, las máscaras, son iguales a cualquier macrofiesta de cualquier disco bar de moda. Disfracémonos todos en el disfraz final, el género humano es del disfraz. Halloween, San Juan, Carnestolendas, Navidad, Semana Santa, Día de la patria. ¿Liberación de la carne?. ¿Atrapados en la misma trampa oficial siempre?. Un chupito que ponga cachonda a tu pareja y dos gramos de farli en la esquina del mostrador. Ojeras que agudice la máscara absoluta y la mueca que expresas con saliva en la comisura de la boca. Boca de disfraz, cara de disfraz. Todo el año es carnaval, la cotidianidad, el sueldo, el fin de semana, el polvo en el sofá del salón, los jefes, la música, los libros. Todo es un disfraz. Conejos y leones. Oficialidad y oficializados.