Vemos un pequeño cojín con forma de corazón lleno de alfileres y agujas clavadas. Es curioso, este hecho cotidiano de las costureras, era en el pasado una práctica mágica, un sortilegio que acompañaba al enamoramiento, bien al deseo, bien el refuerzo. Y todo, por el clavo.

Símbolo de inmutabilidad y fijeza, hito que acompaña la separación entre el fin de un acontecimiento y el comienzo de otro. Desde la antigüedad clásica se entiende como atributo del destino, (fatum). El acto de clavar un clavo, por ejemplo, tenía y tiene en algunos lugares significado de preservación.

Podría extenderme y hablar un rato del deseo de porvenir dichoso y lleno de ventura, mucho más del poder de expiación del pasado. Pero me atrae la idea clásica de la fijación en la muerte, concretamente en los enterramientos. Así se evitaba todo maleficio. Cuentan que los Samoyedos tenían la costumbre de clavar el cadáver sobre el suelo y cubrir los ojos del muerto, (sabia ocurrencia), para que no pudiese ver en caso de resucitar. Los Buriatos de Siberia clavaban al suelo a los chamanes muertos. Recuerdo que Plinio el viejo, menciona la fijación por clavado simbólico en tierra de la enfermedad, para que èsta no se extendiese, o la receta contra la epilepsia consistente en aporrear un clavo de hierro en el sitio donde chocara la cabeza del enfermo en el primer ataque.

Cerca de Breslau los esqueletos humanos aparecen anclados con hierro por el frontal, aunque lo que realmente me inspira esta reflexión, (es el motivo del artículo y pasa al archivo en mis investigaciones) es que los rusos y los bálacos junto a los serbios en el Bregma, (Obermaier, 1925), tenían por costumbre atravesar la cabeza de los cadáveres de los pretendidos vampiros por la frente, con lo que conseguían el aniquilamiento de posibles muertos vivientes. Clavos en muertos son hallados en numerosas necróplois: romanas, francesas, indias, etc.. Señalo para acabar como en 1902 Camile Julian menciona el descubrimiento en la Penelle, cerca de Marsella de tumbas galoromanas con esqueletos atravesados con clavos, quizás como castigo para prevenir aparecidos o vampiros.