Pierre Damien, (1007-1070), prior del monasterio de Fonte Avellana, (fuè un gran reformador de la vida monástica), estigmatizaba el hecho de que la Iglesia se hubiera convertido en una nueva Gomorra. Lo cierto es que este santo varòn popularizó la flagelaciòn en cuanto pràctica de la servidumbre voluntaria que une a vìctima y verdugo. Quien se entrega a la flagelación, (y estos días de semana santa más de uno lo hace), se acusa a sí mismo con el fin de compensar mediante su sufrimiento el placer que el vicio procura al hombre (Roudinesco).

Placer del crimen, del sexo, del desenfreno. Así la flagelaciòn se convierte en una búsqueda de lo absoluto, - esencialmente masculina-, mediante el cual, el sujeto ocupa por turnos el lugar del juez y el del culpable, el lugar de dios padre y el del hijo de dios. Infligirse un castigo significa que uno quiere educar al cuerpo, dominarlo, pero tambièn mortificarlo con objeto de someterlo a un orden divino. Por eso el uso del tèrmino "disciplina" para designar el instrumento visible que sirve para la flagelaciòn o el otro invisible, el cilicio o un tejido de crin, llevados sobre la piel con vistas a provocar un sufrimiento contìnuo de la carne.

Con un látigo, nervio de buey, una fusta, un palo, ortigas, cardos, espinos, raquetas o diversos instrumentos de tortura, la flagelaciòn es uno de los componentes que persigue tanto la satisfacciòn sexual como, por el contrario, el instrumento de una sanciòn divina que permita combatir la relajaciòn de las costumbres y transformar el cuerpo de goce, ya que èste, desde el punto de vista del cristianismo, se considera pecaminoso y abyecto. De este modo se transformarìa en un corpus mìstico capaz de acceder a la inmortalidad.

Evidentemente todo lo narrado se convierte en una patología clara y definida. Máxime cuando tales situaciones se practican en pùblico y con el consentimiento pervertido de los herederos de Masohc, dígase Vaticano estatus.