Cuando un antidisturbio te golpea, te golpea bien. Ellos entrenan mucho. Sus porras elásticas suenan zíis sobre los muslos, clack en el costado y trasss en las corvas, punto ideal de carga. Ya saben que el bebop es un estilo de jazz al que los músicos, jóvenes de color, llamaron de esa manera porque en los disturbios era el sonido que hacían las porras blancas contra sus cráneos negros. Un antidisturbio tiene multitud de sonidos onomatopéyicos que aplicar, pero esto ni se me ocurre comentàrselo cara a cara no vaya a ser que piensen que les estoy insultando.

Cras, tong, plof, uy, uy, uy. Mire usted señor antidisturbio, sea paciente y no me dispare con esa puta pelota de goma que me va a sacar usted un ojo. Pero nada, tunda, tunda. Lo que puedo asegurar, lo he vivido en persona, es que cuando usted o yo le estampamos un palazo en sus cabezas, no se oye nada. Como todos saben, la tienen llena de serrín.