Erotismo versus pornografía. Cantidad de tinta china y ríos de leche metafórica vertidos sobre el tema. Es cuestión de velocidades. Lo sensual esconde sólo la pulsión sexual permitiendo la posibilidad del artificio en torno al mismo producto. Un muslo envuelto en un haz de sombras, por ejemplo, sugiere la carne final. El mismo muslo acabado en genitalidad, abierto, mostrado, ofrecido, se convierte en artificio carnal inmediato, en deseo caníbal. Las velocidades marcan los tempos. Esa mirada escondida encima de labios rojos cerrados puede convertirse en idéntico gesto caníbal: mirada escondida encima de labios rojos entreabiertos desde donde asoma la punta venosa de una lengua húmeda. Eros emergiendo desde el infierno de la sugerencia pornográfica. Dos cuerpos pegados muestran un icono universal. Él sujeta a ella por la espalda. Las sombras o la claridad embellecen la figura. Pero el sexo en sí no se advierte, fingido, escapado, oculto. En caso contrario esa misma escena, ella ofreciendo su divina gruta y él clavando su falo explícitamente, cambian el panorama. El acto es parecido a los ofrecidos por la imaginería religiosa. Vírgenes tapadas hasta la cabeza con miradas orgásmicas. Éxtasis celestial en forma de prepucio santo ocultando la artillería pesada del cilicio porno. Ese cilicio turbador roza la prohibición de lo directo, el deseo llevado hasta el final, erupción permanente de los sentidos, la proximidad a tánatos, cuando devorando al otro se es capaz de dejarse devorar. Dos caminos para un mismo destino. Reside el primitivismo atávico, el deleite posmoderno, la conjugación del goce. Puro sexo.