Camino por la acera gris pensando en las casualidades. Puedes estar sin ver a una persona diez años y de repente, ese mismo día, encontràrtelo dos veces. Yo me encontré con Sebas tres, que es mucha casualidad. El azar, muchacho, dice, el puro azar. Sebas es un capullo mayúsculo que hizo fortuna empresarial medrando como medran los capullos mayúsculos. El caso es que el tipo vive bien. Nuestro encuentro forma parte del azar epistemológico, me comenta. Y esta sucesión de encuentros, prosigue, significa que debes mirar el catálogo de viviendas de campo que te entrego, sin compromiso, chico. Dos cosas. Una, me toca mucho las narices la palabra epistemológico. Dos: ¿que es eso de chico?. Me hago el loco y le digo la verdad: no me interesa, no quiero casas, ni tengo dinero, ni tengo coches, ni joyas. Sebas sigue haciéndose el simpático: .... sólo por nuestro encuentro casual, si decides lo contrario me llamas, (extiende una tarjeta). Te haré un gran precio fuera de mercado, ahora con la crisis es el momento ideal. Y me guiña un ojo. Entonces recompongo la situación, por ser justo y sincero, le suelto: yo creo que nuestro encuentro azaroso ha sido ontológico, sin predictibilidad, porque seguramente, de haber ocurrido epistemológicamente te hubiera mandado a tomar por culo ipso facto. Con los ojos abiertos me mira Sebas, (ojos de capullo con ojos). Adiós, dice muy seco. Y se marcha entre rumores. Iba diciendo gilipollas. Lo comprendo.