El editor no le miró a los ojos. Hubiera apreciado desdén o indiferencia, estaba tan cansado de entregar originales y adivinar que acababan en la papelera, que la negativa a publicar sus cuentos cortos le pareció tan normal como habitual. Dijo, "he comenzado una tanda nueva de relatos". "Quizás en otra ocasión", le contestó. "Giran en torno a los crímenes del autor, en primera persona". "Ah". "Es sobre un asesino editoralicida". "¿Editoralicida?, ¿que significa?". "Que sólo asesina a editores". "Vaya", sonrió. "Para documentarme en el asunto y dar realismo a la estructura narrativa, procuro ensayar". "¿Ensayar?". Entonces clavó un cuchillo en el corazón del hombre, que asombrado, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Limpió tranquilamente con un pañuelo el arma, guardándola en su gabán. El empresario se ahogaba en su sangre, malherido. Al marcharse, cerró la puerta y saludó a una administrativa, que chateaba disimuladamente en el ordenador de la empresa. "Encantado señorita", dijo, levantando su sombrero. La chica sonrió. Fuera, con el cartapacio bajo el brazo, abrió un papel doblado y leyó: editores Munich. "Hum, está bastante cerca de aquí".