Uno de los inconvenientes de pertenecer a una asociación secreta es que no se lo puedes contar a los demás. La policía, por ejemplo, tiene cientos de secretas que todo el mundo conoce. No hay asociación en la historia que huela tanto como la poli. Una vez, en una detención, una brigada de montajes inciertos había tomado la calle secretamente. Jardineros, repartidores, un señor echando una carta en un buzón, madres con carritos de la compra, perros orinando en las farolas. Todos eran policías secretas. El malo de la cuestión, argot policial americano hollywoodense, dobló la esquina de su calle y, al ver el panorama, al olerlo, al vaya usted a saber cuantas cuestiones de percepción secreta, se dió cuenta que nada de lo que había allí tenía porqué estar. Así que dió media vuelta y se largó avenida abajo mientras los policías deshacían sus disfraces en el enfado.

Esta mañana me han propuesto entrar en una hermandad secreta. Como sigue siéndola, no voy a explicar a que se dedica. Para saciar su curiosidad, amigo lector, acaso sólo comentaré que es de naturaleza sexual. He dicho que no a la invitación, porque uno tiene su edad y sus problemas añadidos, problemas de amores, que secretamente procuro controlar. La señora que me propuso el asunto se llama de otro modo, viste como no ha de vestir, y se desnuda siempre oculta tras el biombo en una habitación que tiene en una casa secreta, normalmente vigilada por policías secretas que sospechan que una asociación de carácter secreto tiene o podría tener allí su sede secreta.