Me escriben un correo editorial diciendo que no aceptan un relato enviado por impudoroso. Por malhablado, malorado, malfollado. Sorprende el sentido de la impudicia de algunos. También sorprende el papanatismo de los jurados de admisión, la singular capacidad para horrorizarse ante palabras del diccionario enciclopédico, el vade retro de los organizadores culturales. Cultura rima con agricultura, con dictadura y con polladura. Esa es la cuestión, cultura de polladura o cultura con atragantaduras. No importa, me siento renacido cuando dicen que el texto está exento de los "valores que impulsan este concurso". Ignoro los valores en los concursos de relatos, posiblemente por ser un ignorante, o, sin más, por confundir escritos con escrotos, gruesos escrotos matinales. Entendámosnos: no era un concurso religioso. A esos no asisto y puestos, seguro que concurriría con un cuento diabólico. El patio es el que es. Podría decir lo mismo que dijeron otros: "me la meneaba debajo de un árbol frutal". Pero no lo dije. Sólo describí un asesinato cruel. Sesos machacados saliendo de su recipiente, sangre roja, gestos muertos y rabos empalmados. Pero dicen, los del concurso, que supero la sensibilidad pertinente. A partir de ahora iniciaré una saga sobre santos y mártires cristianos. Decapitados, triturados, violados, descuartizados y comidos, ñam, ñam, por los leones. Leones de línea editorial impoluta.