¿Qué escribir tras lo de París? Me he quedado muda. Muda por lo ocurrido pero también muda por las reacciones, y por lo que ha de venir. Estoy muda y hoy he decidido escribir un poco a ver si me desatasco y recupero la voz. Para ver si logro deshacer el nudo emocional que éste mundo violento produce en mí. Sí, un nudo que a veces me atraganta, y del que trato de librarme sumergiéndome en otros universos; gracias a la fantasía, al amor, y al arte. La fantasía me sirve de refugio; imagino que soy un hada y así trato de cuidar mi entorno y de mantener una cierta magia. Una magia que se esfuma de un plumazo cada vez que escucho las noticas. Una magia que recupero cuando observo la sonrisa de mis hijos.

Nadie está a salvo. Creíamos, ingenuos de nosotros, que en Europa lo estábamos. La gran mayoría de conflictos suceden lejos de casa. Pero este fin de semana nos han vuelto a recordar que no es así. La guerra se libra a cientos de kilómetros pero sus tentáculos se extienden hasta París, Madrid, ó Nueva York. Por un momento lo habíamos olvidado. Ensimismados como estábamos mirándonos el ombligo. No creo que volvamos a olvidarlo.

En este momento, hemos logrado desenmascarar a dos de los más grandes montruos a los que nos enfrentamos; el cambio climático, y la guerra. No puedo imaginar dos monstruos más horribles y difíciles de exterminar. Sin embargo, nuestra manera de combatirlos deja mucho que desear.

En el caso del cambio climático actuamos como un diabético que se niega a aceptar que tomar azúcar puede matarlo. Nos negamos a ver la realidad y carecemos de fuerza de voluntad, y del valor suficiente para acabar con éste tremendo reto que, en última instancia, se lo llevará todo por delante.

En el caso del segundo montruo del siglo veintiuno, la guerra; nos comportamos como estudiantes que se niegan a hacer los deberes y van acumulando trabajo y tareas varias y terminan suspendiendo a final de curso. Tomamos malas decisiones y fallamos en las negociaciones. La política fracasa una y otra vez y los ciudadanos no podemos más que observar asombrados como nuestros líderes no cumplen con sus promesas. Estos mismos líderes no nos traerán las soluciones del futuro.

El terrorismo es el hijo rebelde de la guerra, y, por tanto, su consecuencia más directa. Así que, sin justificar a los terroristas a los que condeno fervientemente, no puedo evitar sentir que todos somos un poco responsables de la situación actual.

Sólo en los pequeños gestos, en aquellos que aparecen de forma improvisada, y no parecen tener demasiada importancia, en gestos como los de esos músicos que cantan a las víctimas. Ahí brilla el ser humano eterno, e infinito. Da gusto ver cómo, a pesar de las pesadas piedras que todo lo oprimen, debajo siguen brotando las flores más delicadas y bellas imaginables.

Una vez más, la sociedad civil toma las riendas y soluciona los grandes problemas de la humanidad; las personas que abren sus casas para ayudar a los refugiados, los voluntarios que hacen el trabajo más duro que se recuerde en el cementerio del mediterráneo, los que llevan flores y velas para recordar a los muertos, los periodistas que dan voz a las víctimas (como hizo Jordi Évole en su programa Salvados entrevistando a los refugiados). En esos pequeños gestos reside todo el sentido de nuestra humanidad, nuestra grandeza. Ahí está nuestra Salud y nuestra Magia. También ahí radica nuestro poder de curación y de regeneración, nuestra posible salvación. No en declarar la guerra a nadie, maldita sea. La guerra, ¿Contra quién, contra qué...? ¿Contra nosotros mismos? ¿Contra nuestro planeta? ¿Contra nuestros hijos?

La destrucción sólo lleva a la destrucción. El odio nos lleva a la guerra y ésta a su vez fomenta la venganza. Ése no es el camino. Pensaba que habíamos aprendido la lección y que en la era Obama todo ésto estaría más que superado. Pero veo que no. Por eso me he quedado muda, y muda estaré atenta y buscaré la manera de aportar mi granito de arena.