El diestro alicantino José María Manzanares volvió a enamorar a los tendidos de la plaza más grande del mundo, que se llenó en su mitad (23.000 espectadores);, a base de toreo templado y el especial estilo que depura de sus muñecas. Manzanares entró en uno de los dos festejos más importantes de la Temporada Grande azteca tras su gran éxito el día de su confirmación, y el domingo pasado volvió a ratificar el estado de gracia en el que se encuentra.

Las dos orejas se llevó del tercero de la tarde, en cuya lidia sobresalió el toreo al natural y una gran estocada que le abrieron la puerta grande del coso de Insurgentes de par en par. Al sexto, más complicado, volvió a pasaportarlo de un gran espadazo por el que se le pidió un trofeo que el juez de plaza no concedió, pero que le valió para dar una aplaudida vuelta al anillo.

La del domingo era una tarde especial para el coso mexicano por varias razones. Se daba la corrida de toros número mil, y se despedía uno de los mejores diestros mexicanos de los últimos tiempos, Jorge Gutiérrez, que no pudo rememorar épocas pasadas más felices, aunque acompañó a hombros al alicantino. Cerraba terna José Luis Angelino, que anduvo flojo ante el chico y desrazado encierro de Galindo. Curiosamente, con este doble éxito del joven Manzanares ya supera los conseguidos por su progenitor en el coso del DF, donde, a pesar de la falta de triunfos numéricos, la afición siempre le mostró una profunda admiración.

La afición azteca siempre se ha mostrado muy propensa a mimar a los toreros que consiguen triunfos en el ruedo capitalino.