"¿Por qué mi historia iba a ser menos importante que la de Madame Bovary?", se pregunta esta escritora que, con seis novelas a su espalda, finalista del premio Nadal, premio Ojo Crítico, catedrática de Literatura y con en el beneplácito de la crítica, decidió hace unos años darse una tregua y reflexionar acerca de su vida.

"Convencionalmente, cuando uno escribe una novela autobiográfica parece que tiene que ser muy anciano; sin embargo, yo he querido reivindicar un espacio para detenernos, pensar y tomar decisiones porque nos estamos dejando llevar por la vorágine diaria", explica a Efe.

Y siguiendo este argumento, la escritora madrileña practica su propia autopsia, aunque a un cuerpo vivo, y sin caer en la complacencia ni con ella ni nadie que salga en el libro, repasa en primera persona toda su vida desde su nacimiento, su familia, en especial su madre; el colegio, los amigos, la maternidad, las relaciones de trabajo o las pasionales. Todo ello, para convertir estos hechos coloquiales y locales en universales.

"Cuando lo acabé me quedé muy tranquila -matiza-, pero no como si hubiera hecho una terapia. No era mi intención una estrategia terapéutica, aunque tanto esfuerzo de memoria sí que me ha venido bien, solo quería que la literatura me sirviera para observar la realidad en la que vivo y trasmitir mi visión del mundo a los demás, sin pensar que ésta pueda ser o no más o menos novedosa".

Para escribir este texto, la autora de "Susana y los viejos" se creó una predisposición vital, un momento de tregua consigo misma y en el que rechazó un montón de cosas que "supuestamente" esperaban de ella.

"He rechazado un tipo de trabajo en el que todos estamos inmersos y cultivado una cierta forma de austeridad, como no consumir, hace años que no me compro ropa, y he decidido privilegiar en mi vida los afectos. Todo eso me ha hecho crear una predisposición muy importante para escribir este libro", aclara la autora.

Defensora de la literatura realista, tanto de la rusa, la francesa, como la de Galdós, Marta Sanz, y de un hiperrealismo casi sobrecogedor, que la asemeja a su adorado pintor Lucian Freud, "que permite ver la carne y la corruptibilidad de la misma", critica la literatura que se está haciendo en este momento en España.

"Yo no comparto ese mito, que me parece pernicioso -recalca- y que siguen muchos autores, acerca de que la literatura no sirve para nada. Para mí, la literatura sí que sirve. Lo que pasa es que vivimos en mundo en que la cultura se ha convertido en un objeto de consumo que se vincula al entretenimiento y esa noción anula todo lo demás", sostiene.

Y siguiendo este argumento Marta Sanz asegura que quería prestigiar este tipo de literatura realista, "que como no se vende no es canónica", y esta novela "es un grito reivindicativo en un campo literario que me parece penoso, que no me gusta porque, además, no respeta al lector y que parte de la base de que los lectores son mansos", concluye la autora.