Alicante, ADDA, 8 marzo 2019

Orquesta del Teatro Mariinsky

Orquesta del Teatro MariinskyValery Gergiev, director

Anton Bruckner

(Ansfelden, 1824- Viena, 1896)

Sinfonía número 8, en do menor (A 117)

Tercera presencia en el Auditorio de la Diputación de Alicante del director artístico y general del Teatro Mariinsky, Valery Gergiev, al frente de la Orquesta del teatro de San Petersburgo, para abordar en esta ocasión la gigantesca Octava de Bruckner.

Richard Wagner manifestó en una ocasión que el austríaco era «el único compositor que tiene ideas sinfónicas después de Beethoven». Y el gran director Wilhem Furtwängler definió su obra como «una especie de mística gótica extraviada por error en el siglo XIX» para definir el «romanticismo» de un músico calificado de «teológico». Se ha escrito que es difícil escuchar Bruckner siendo joven por cuanto en la juventud se ama lo primario, la belleza inmediata, mientras que obras como los cuartetos de Beethoven, «El arte de la fuga» de Bach, el último quinteto de Schubert o las sinfonías de Bruckner se degustan en la madurez de la vida, sumergiéndose literalmente en su música.

Fiebre revisionista

El compositor nacido en la Alta Austria enfermó cuando el director Herman Levi, que había llevado su Séptima al primer gran triunfo de sus composiciones sinfónicas en Viena, le devolvió la partitura de la Octava con muy duras críticas, negándose a estrenarla. Atacado el compositor por una fiebre de revisionismo vuelve a recomponer no solamente la Octava sino también la Tercera y la Primera de sus sinfonías. Empleó cinco años en revisar la Octava por lo que se dice que esa fue la razón de que no pudiera terminar su Novena Sinfonía, en la que estaba trabajando la misma mañana de su muerte, el 1 de octubre de 1896.

La Octava era fruto de tres años de trabajo: la inició en 1884 y la finalizó en 1987 en San Florián, el pueblo donde tocaba el órgano. La versión revisada fue estrenada el 18 de diciembre de 1892 por la Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Hans Richter. Se la había dedicado al Emperador Francisco José I de Austria después de que en 1889 Bruckner fuera nombrado miembro honorario de la Asociación de Amigos de la Música y doctor honoris causa de la Universidad de Viena.

La Octava es la más monumental de las sinfonías brucknerianas, un inmenso fresco con el que se cierra la música del siglo XIX, «coronación del romanticismo» según un punto de vista discutido. Arman Machabey escribió que su inmenso «Finale» representa «el arte de la Sinfonía en el sentido de «El arte de la fuga» de Bach. Es monumental en sus efectivos orquestales, sólo sobrepasados por Berlioz y, más tarde, por su alumno Mahler, pues por primera vez utiliza Bruckner la madera a tres, ocho trompas (dos en si bemol, dos en fa, dos tubas tenores en si bemol y dos bajas), tres trompetas, una tuba contrabajo, timbales y percusión, tres arpas y una cuerda muy numerosa. La coda del último movimiento, conjugación de los cuatro movimientos a través de la intervención de distintos grupos orquestales, es un trabajo contrapuntístico que apenas tiene equivalente en la historia de la sinfonía.