El devenir de la alicantina Rafaela Pérez Marín, nacida el 7 de enero de 1916, es uno de tantos marcado por la sensibilidad y el dolor que motivara la ausencia de la tierra nativa impuesta por un obligado éxodo tras la guerra civil donde aquí la causa fue el amor. Su novio desde la adolescencia, izquierdista y republicano, se llamaba Ramón Pérez Jordá y finiquitando la contienda huyó a la frontera gala hasta llegar a París donde tuvo un papel preponderante en los organismos que se improvisaron al amparo de la Diputación Permanente de las Cortes republicanas en el exilio, germen de los gobiernos que persistieron de manera simbólica hasta 1977.

La invasión nazi de Francia con la entrada de Hitler en su capital el 28 de junio de 1940, precipitó su huida a Argelia, donde arribó en barco. El desconocimiento de muchos detalles hace imposible saber cuándo y en qué condiciones se encontró en aquel territorio la pareja, que se había casado por poderes y finalmente pudo marchar a Venezuela.

Allí su marido consiguió abrirse brillantemente camino hasta llegar a ser subdirector del Banco del Caribe en Caracas, viviendo en la exclusiva avenida de Andrés Bello. Mientras tanto Ramona, que no tuvo descendencia y obtuvo la nacionalidad venezolana el 25 de abril de 1962 según documento oficial que obra en mi poder, aportado con otros tantos testimonios inéditos por la profesora Mari Ángeles Collado cuya madre era prima hermana de nuestra protagonista, se relaciona con la intelectualidad exiliada, publica colaboraciones literarias en varios periódicos y va hilando un poemario en soledad, tristeza y nostalgia para satisfacer la necesidad de exteriorizar sus sentimientos cambiantes y que jamás pensó en editar:

Solitaria entre los campos/

te sigo aguardando abierta, /

fiel a tu pie, caminera,/

guiadora de tus pasos...

Caminante: Soy la senda.

Sus anhelos, su enorme sensibilidad y la pasión por la lectura van marcando su vida caraqueña, teniéndose que enfrentar a menudo con episodios depresivos solo amainados por la profunda empatía hacia su marido y no valiéndole la holgada posición económica de la que disfrutaba, añorando su Alicante natal que en la distancia veía gris:

¡Dulce paz la de mi amado

suelo,/

envuelta en sutil y traslúcido velo/

de melancólicos grises

impreciso!

Y es que nunca perdió los vínculos con la «terreta» porque sabemos por cartas de Gastón Castelló que este realizó un viaje a Venezuela en 1978 y en Caracas se encontró con el matrimonio Pérez que le posibilitó al pintor también alicantino contactar con gente importante y así vender algunos cuadros y apuntes que iba haciendo sobre la marcha.

Con la muerte de Franco sus expectativas cambiaron. El matrimonio compró una vivienda en la calle General Lacy esquina con la avenida de Maisonnave y en 1980 retornó a Alicante. Sin embargo, tuvo él que regresar temporalmente a Caracas porque de allí fue requerido para poner orden en la gestión profesional que con su ausencia había degradado quien lo sucediera en el cargo.

Rafaela Pérez, mujer muy culta y refinada, con precaria salud se aisló en su dolencia hasta morir a finales de agosto de 1984. Su marido, hombre también formado y exquisito, decide al año siguiente publicar una síntesis de cincuenta y siete poemas en edición no venal para familiares y amigos titulada Lámpara de gusano.

Uno de esos poemas fue de los primeros homenajes a Gabriel Miró en 1955, veinticinco aniversario de su muerte:

Gabriel ¡nuestro Gabriel!:

Cinco lustros hoy yaces en la tierra dormido./

Hoy las rubias abejas acibaran su miel/

y el ave de tus campos languidece en su nido.

Fue también una mujer de profunda religiosidad inherente a las lógicas dudas, al arrebato místico y a la búsqueda de Dios al que a veces no hallaba.

Al fin te encuentro, sí:

vivo y vivificante:

En el suelo del alma.

En el isócrono ritmo

del fluir de mi sangre.

En la cal de mis huesos.

En la médula de mi raíz?

¡Adentro, muy adentro!

Rafael Azuar, escritor de hondo calado cuyas críticas resultaban una garantía, publicó el 1 de agosto de 1986: «Rafaela Pérez Marín es una poeta totalmente desconocida en los medios literarios pero creo, sinceramente, que en una antología de poetas alicantinos ocuparía, con todo honor, alguna de sus páginas. Una sensibilidad exacerbada, un amor sin límites, un sentimiento profundamente lírico, encuentran su muerte y su alimento en la realidad». Baste todo ello para recuperar la figura de otra de esas alicantinas cultivadas merecedoras de ser rescatadas del olvido.