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Opinión

Zavalita blues

Día soleado, veinticinco grados centígrados, brisa marinera. Buen tiempo en toda España en general, extraordinario en Alicante en particular: no sé qué pasaría en este país si no tuviéramos el clima que tenemos. O precisamente por eso: dado que lo tenemos, nos permitimos lujos que otros no se permiten: qué más da que el país se vaya carretera abajo, si ya podemos salir a la calle en manga corta y tomar una cervecita fresca en una terraza viendo pasar a la gente, como si estuviéramos en un coche «parao», que decían nuestras abuelas. Tras una primavera tenebrosa como pocas, los pajarillos empiezan a cantar y las nubes se empiezan a levantar, pero cada vez es más opresiva la sensación de que esto está más despanzurrado que nunca.

Cómo será el estado de ánimo de uno que conozco bien -buena gente, pero un despistado sin remedio, un ciclotímico incandescente- que ha comenzado a releer el novelón con el que Vargas Llosa dio un puñetazo encima de la mesa a finales de los sesenta, Conversación en La Catedral, en el mismo ejemplar, ya descosido y raído, en el que lo leyó por primera vez. Zavalita en vena, nada más y nada menos, preguntándose y preguntándonos otra vez cuándo se nos jodió todo. Pues seguramente fue cuando Iglesias dijo no al pacto de Ciudadanos con Sánchez. O tal vez cuando Rivera dijo que tampoco, tras las penúltimas elecciones. O quizá cuando el PP no apoyó al partido más votado, tras las últimas. O cuando Sánchez se acostó un día teniendo mucho miedo de Iglesias, y se levantó de buena mañana deseándolo con la pasión de un adolescente. Y yo qué sé, Zavalita, y yo qué sé. Y pídeme otra cerveza, por favor, porque vaya calor que hace y menudo panorama tenemos. Qué estropicio tan grande. Y qué nivel tan ínfimo, el de la nueva política. Con lo que tenemos por delante. Nada, cosa de poco: una situación sanitaria aún cogida con hilos, cientos de miles de «ertes» pendientes, sectores enteros paralizados, colas dramáticas ante los comedores sociales y la calle totalmente esquinada.

Estamos territorial y socialmente divididos, políticamente bloqueados y económicamente comprometidos hasta el infinito y más allá. Fantásticas bazas para negociar con Bruselas.

Esta generación de políticos que decían venir para renovar el aire están convirtiendo el Congreso en un espacio cada vez más asfixiante e indefendible, donde pasa lo mismo que se decía de las reuniones de los banqueros: «si no ves el puñal encima de la mesa, es que lo tienes clavado en tu espalda». Pues yo me bajo, Zavalita. Además, las ideas están sobrevaloradas: es bastante más importante lo que uno hace y cómo, que lo que uno piensa o dice. Vargas Llosa lo sabe bien, cuando fue criticado por decir a principios de los noventa que admiraba a Margaret Thacher. Él seguía escribiendo novelas magníficas llenas de literatura (y de realidades bastante alejadas del laissez faire liberal), pero daba igual: para mucha gente ya pesaba más lo que pensaba que lo que hacía, y ya no contabilizaba como uno de los suyos. Pero qué te voy a contar, Zavalita. Que yo ya no sé cuáles son los nuestros. O sí lo sé, pero no los veo, ni los oigo, ni los encuentro en ningún sitio. Y que no sé cómo está el Perú. Pero lo que sí sé es que esta España parece que está más jodida que nunca, Zavalita.

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