Carta íntegra de Sonia Castedo tras su absolución en el caso PGOU de Alicante: "Me sentí rehén en mi ciudad"

La exalcaldesa de Alicante ajusta cuentas tras la sentencia del Tribunal Supremo, que confirma el fallo previo de la Audiencia Provincial

Sonia Castedo ajusta cuentas

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INFORMACIÓN

«Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro de si la tormenta ha terminado realmente. Pero una cosa si es segura: cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta».

Se acaba de pronunciar el Tribunal Supremo, que después de casi tres años, ratifica mi absolución dictada por la Audiencia Provincial de Alicante en el bautizado como «caso PGOU», ese que me hizo estar durante muchos, muchísimos años, en boca de todo el mundo, abriendo telediarios nacionales, acaparando portadas de periódicos y en el inicio de las escaletas de informativos radiofónicos. Siendo el tema principal de conversación no sólo en las barras de los bares, sino también en tertulias de todos los canales informativos.

Hoy, catorce años después, me siento delante del ordenador para escribir esta carta, con una sensación de impotencia terrible que nos ha acompañado (a mí y a los míos) durante todo este tiempo. Pero también escribo con la tranquilidad y serenidad que te aporta la realidad. Todo se ha acabado ya.

La vida te da alegrías y palos, casi a partes iguales. Te pone a prueba casi a diario si te dedicas a la cosa pública. Te sitúa en el centro de la diana, en el punto de mira. No importa la gestión ni los proyectos, porque se imponen (porque tienen las herramientas para ello) quienes suelen abrazar repudiables costumbres de decir que eso de ser objeto de deseo y de crítica «va en el sueldo». A ti, a tu familia, y a tu entorno más cercano, que sufren por igual llegado el momento, algo que en este país parece inevitable.

Los hay que, superados por la situación, se apartan de la vida pública cinco días para reflexionar. A mí no me lo permitieron: «Te tienes que ir, por el bien de…». ¿Por el bien de qué o de quién? ¿De quienes siempre están ahí, agazapados, a la espera del asalto al cargo? ¿Por el bien de una organización que un día te garantiza apoyo moral y de todo tipo y al siguiente se despacha con la típica frasecita autoexculpatoria de «esa señora ya no pertenece a nuestras filas». Caso cerrado para ellos, ellas y elles.

Hoy, alguien quizás entienda esta carta como una venganza. Son muchas las personas que me han preguntado si merece la pena escribir estas líneas después de tanto tiempo, y concluyen que lo mejor era dejarlo como está, dedicándome a una nueva vida con felicidad. Vamos: dar una patada al pasado, vivir el presente y construir el futuro.

Pero quien de verdad me conoce sabe que no puedo hacer eso. No sería yo esa persona que acata sumisa una sentencia firme y se tumba a dormir. He callado durante mucho tiempo, he sufrido durante tantos años, que siento, tengo, la necesidad de escribir.

Escribir de esta historia que arranca en la primera década de este siglo. Escribir con la sensación amarga de que esta carta llega tarde, tan tarde como la sentencia del Tribunal Supremo, que pone punto final a una película de terror que me ha tocado vivir en primera persona. El final de una historia más, con los mismos protagonistas de siempre y con las mismas víctimas de siempre.

Quedan atrás años de incertidumbres, de ansiedades, de miedos, y también de mentiras, de juicios mediáticos, de ataques personales, de vergüenzas… y de mucha falta de profesionalidad de quienes se supone son garantes de nuestras libertades y de nuestros derechos.

Lo he sufrido en primera persona. Ha sido una experiencia (pesadilla) directa. Ha sido mi día a día durante miles de jornadas. Y por eso ahora doy mi opinión. Lo necesito, quizás para pasar página definitivamente. O no.

No me voy a detener en recordar de qué iba eso del PGOU, básicamente porque ni tan siquiera a todos aquellos que en su día se atrevieron a juzgarme les interesa ahora lo más mínimo. Misión cumplida. «Hemos acabado con ella», dijeron las partes acusadoras. «Se acabó la era Castedo», escribían algunos juntaletras. Entonces, créanme, me sentí rehén en mi propia ciudad, que a fuerza de ser sincera en aquel tiempo me dio tanto la espalda como el mayor de los respaldos con escritos, mensajes, besos y abrazos.

Briones

Pero yo tenía mucho miedo desde el momento que supe en manos de quién estaba el caso. Y yo, como no le debo nada a nadie, sí voy a dar su nombre. Es el fiscal Felipe Briones, del que no hubiera temido nada de tratarse de un buen profesional (lo que siempre te aporta una fuerte dosis de seguridad jurídica). Pero es absolutamente lo contrario.

La gente exige al político que haga bien su trabajo, que cumpla con sus obligaciones como gestor público. Es lógico y necesario, tanto como echarse a la calle cuando no se hace así.

¿Pero qué ocurre cuando otros gestores, en otros ámbitos de la Administración, que cobran también del erario público, se equivocan, maliciosamente o no, intencionadamente o no? ¿No deberían estar obligados a dar explicaciones cuando, como es el caso, pierden caso tras caso, uno detrás de otro? Creo que sí.

Seguramente ninguno de ustedes se ha preguntado cuánto nos ha costado a todos la investigación encargada por la Fiscalía Anticorrupción a las fuerzas de seguridad del Estado. Pues ya les adelanto que fueron muchos euros, muchos miles de euros. Pero claro pagaba el pueblo, no el fiscal.

Recuerdo aquellos días en los que tuve que declarar en el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, en el Cap i Casal. Y recuerdo observar esos días al fiscal. Y escucharlo hablar y disparar. Y concluir que hablaba alguien que estaba encantado de escucharse a sí mismo, cargadito de prepotencia, convencido de que el bueno era él, y los demás… objeto de su profesionalidad. Me río yo de eso.

Jamás me mereció el más mínimo respeto Felipe Briones. Nunca. El aura de Justicia con la que se envolvía le quedaba grande. A los hechos me remito.

Cuando sentí la inquina de ese fiscal hacia mí, quise saber qué significaba exactamente su figura, su papel. Sí, era el acusador público, y leí que su obligación es la de «actuar en defensa de los derechos de los ciudadanos y del interés general, así como en el control de la legalidad del proceso». ¿Perdón? ¿Control de la legalidad del proceso? ¿Eso significa que, por ejemplo, no se produjeran filtraciones interesadas, incluso material bajo secreto de sumario, para que no se vea menoscabada la presunción de inocencia ni se produzcan juicios paralelos? No es necesario que haga el más mínimo comentario al respecto.

Eso sí, en justa recompensa, ha sido ascendido a fiscal del Tribunal Supremo, ese mismo que me ha absuelto de todo lo que él me acusaba. Incomprensible. Se ve que Madrid queda a mucha distancia de Alicante.

Nunca sentí las acusaciones particulares como enemigas. Eran partidos políticos. A quien sentí desde el principio y hasta el final como enemigo fue a quien durante todo el proceso obligó a que fuera yo quien tuviera que demostrar mi inocencia en lugar de hacer su trabajo y demostrar él las acusaciones que realizaba, cuestión que no era baladí. Pero poco importaban las pruebas.

No hay mejor juez que el tiempo. Hoy puedo decirle bien alto que conmigo ha perdido. Pero lo lamentable es que también perdió contra muchos compañeros de partido y nada ha pasado. Ahí sigue. Pues nada, Madrid: ¡ahí va eso!

Castedo, en la popular calle de las Setas, en una imagen reciente

Castedo, en la popular calle de las Setas, en una imagen reciente / Jose Navarro

Como dijo Jacinto Benavente, «lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos». Ahí lo dejo.

Presunción de inocencia: derecho fundamental en España recogido en el artículo 24.2 de la Constitución, que habla de garantías procesales. Es ese derecho que en España se viola a diario, y no sólo por los legos en la materia sino también por los que viven del sistema judicial.

En mi caso, no se respetó en ningún momento, ni dentro ni fuera de los juzgados.

Tampoco puedo pasar la oportunidad que me brinda escribir esta carta desde la más absoluta tranquilidad, de comentar, aunque sea de soslayo, lo que en la jerga político-periodística-judicial se viene llamando «la pena del telediario», que no es otra cosa que leer, escuchar y ver tu nombre en los medios de comunicación junto a descalificativos, señalamientos y hasta insultos.

Yo no he sufrido la «pena» del telediario. Yo he padecido la «condena» del telediario, los periódicos, las radios, los medios digitales, acusaciones particulares, fiscales, partidos políticos (incluido el mío) y, por supuesto, las redes sociales, para sufrimiento inmenso, no ya solo personal, sino familiar, con alguna consecuencia grave en términos de salud felizmente superada.

Es una realidad incuestionable que los juicios «paralelos» se han multiplicado en los últimos años como consecuencia de la explosión de las redes sociales y el incremento masivo de medios digitales. En no pocas ocasiones, durante los procedimientos judiciales, cuando aún no hay sentencia e incluso desde los primeros compases de la instrucción del caso, los investigados son condenados por la opinión pública y, lo que es más grave, por profesionales o pseudoprofesionales de la información. Estas penas son muchas veces más dañinas que el proceso penal (que ha durado catorce años en mi caso), y se alargan en el tiempo más allá de la resolución de los tribunales, a pesar de que ésta sea absolutoria.

¿Quieren un último ejemplo de cómo funciona el sistema? Pues ahí va: me enteré de la sentencia del Tribunal Supremo por el diario INFORMACIÓN. Yo informé a mi abogado de lo que se había publicado. No sabía nada. El procurador, tampoco. Las víctimas, héroes o villanos, son los últimos en enterarse. Y eso no lo cambiará nadie. No interesa. ¿Otro derecho violado? ¡Y qué más dará!

Ni un solo medio de comunicación, ni uno, se molestó en investigar absolutamente nada. Recibían filtraciones de las partes acusadoras que eran las interesadas y las que a los medios interesaban porque vendían y de nada servía rebatir esos argumentos con pruebas. Querían sangre, querían escarnio público. Tenían ya la presa, y ahora tocaba ver quién conseguía el pedazo más grande. Poco importaba que la presa fuera un ser humano. Ellos ya habían dictado sentencia, y en pleno siglo XXI se procedía, con gran algarabía, a la lapidación.

Incomprensible la diferencia de trato que han tenido, por ejemplo, con Mónica Oltra. Casi a punto de santificar a una persona a la que la vida le ha devuelto sus miserias. ¿Que ella no ha tenido nada que ver? Bueno, pues discúlpenme la expresión, pero... ¡que... se fastidie!, como nos hemos fastidiado todos. Con una diferencia: lo mío es firme.

Ha sido una travesía dolorosa. También, y de manera especial, en el ámbito político.

He aprendido que perro sí come perro. La ambición de las personas es muy legitima pero deja de serlo cuando la traición, la mentira y el ataque por la espalda se convierten en herramientas a utilizar. El fin no justifica los medios. 

Asunción Sánchez Zaplana

Todo esto se hace más doloroso cuando los disparos vienen de compañeros de partido a los que has abierto las puertas de tu casa y de tu corazón. En un caso, el de Asunción Sánchez Zaplana, a la que le bastó que le ofrecieran encabezar la lista del partido para las siguientes elecciones. No tuvo reparo en dirigirse a quienes eran mis concejales en aquel momento para decirles que yo estaba muerta, que ni una foto más conmigo y que a quien tenían que venerar era a ella. Y a la vista está el resultado. Llegó de salvadora del partido y se convirtió en la enterradora.

La decisión de dejar la Alcaldía la tomé yo. Ninguna presión del partido lo consiguió. Su comportamiento conmigo había sido tan humillante que no iba a ceder lo más mínimo. Llevaba muchos puñales clavados en la espalda, pero ninguno de ellos me impedía levantarme cada día y seguir. Sólo lo hice por mis hijas.

Fabra, Rajoy...

El entonces presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, fue la persona que desde Génova utilizaban para seguir ejerciendo sobre mí una presión que ellos ya habían iniciado. Y él se dejó utilizar. Estaba intentando mantener a flote un barco que no querían que fuera a la deriva, pero no tuvieron en cuenta que el capitán ni sabía navegar ni tenía tripulación.

Nunca tuve el apoyo de mi partido. Nunca me preguntaron absolutamente nada del caso. El entonces presidente nacional, Mariano Rajoy, hizo lo que solía hacer en estos casos, que no es más que esperar el momento adecuado y, cuando estás delante del precipicio, darte un pequeño empujoncito por la espalda y frotar las manos seguramente diciendo: «Ya está». No lo hizo sólo conmigo, pero yo puedo contarlo.

Durante el juicio, uno de los abogados que se mostraba más agresivo era el que representaba al Ayuntamiento de Alicante. Había sido puesto por la Corporación presidida por Gabriel Echávarri, quien por cierto antes de ser alcalde pidió prisión preventiva para mí y acabó dimitiendo condenado por la justicia.

En el año 2019, gobierna la ciudad de nuevo el PP con el apoyo de Ciudadanos (RIP) y personalmente se me dice que la acusación va a ser retirada porque hasta los propios juristas del Ayuntamiento (a los que por cierto se ninguneó en este caso) tenían claro que fue por intereses políticos de PSOE y EU.

Barcala

Marcada fecha de juicio y a mi pregunta de si iban a retirarse o no como acusación particular, la respuesta fue: «Si sólo dependiera de mí lo haría mañana mismo porque me parece tremendamente injusto lo que estás viviendo, pero mi gobierno depende de Ciudadanos y no lo permite. Me retirarían su apoyo», Luis Barcala dixit.

Entenderán que si alguien es capaz de mantener una acusación pidiendo cuatro años de cárcel a una persona que considera inocente por mantenerse en un cargo, mis palabras sean siempre duras y de total desprecio. Pero bueno, la necesidad es lo que tiene.

El PSOE no acusaba. Se retiró en su momento. Total, ya pagaba el Ayuntamiento el abogado que ellos habían elegido. Éstos no dan puntada sin hilo. ¿EU? Pues no sé qué será de ellos. «Cuando un tonto sigue una linde, se acaba la linde y el tonto sigue», así que por ahí andarán.

Aunque no lo crean, los partidos de la oposición incomodaban, pero no hacían daño. Ellos, sin La Sexta y otros medios afines no eran nada. Además, el karma ya les ha ido pasando factura.

Si hablo de empresarios con los que mantenía una más que fluida relación por aquel entonces, tampoco tendría buenas palabras. Tal vez eso sea más entendible. Vales lo que eres, y cuando ya no eres, ya no vales. El político para ellos es simplemente negocio.

Por todo lo dicho, y lo mucho que podría seguir diciendo pero el espacio para escribir manda, cuando me preguntan si volvería a la política mi respuesta es rotunda: «No». Han cambiado muchas cosas. Yo he cambiado. He perdido la frescura, la capacidad de perdonar y la sensibilidad que siempre me ha caracterizado. Aunque por otro lado, tal vez eso sea lo que se necesita en política para no morir en el intento.

Abogados

No puedo terminar sin unos agradecimientos muy especiales. Por supuesto, a mi familia, que lo ha sufrido a mi lado. También a mi círculo más cercano, que siempre me dio calor. Y también a mis abogados en todo este tiempo: Juanjo Martínez Albert, que sufrió conmigo la pésima instrucción realizada por Manrique Tejada. A José María Asencio, que siempre se mantuvo a mi lado y se ha convertido en una persona imprescindible en mi vida, que no tuvo nunca miedo y creyó en mi desde el principio. No pude tener mejor mano a la que agarrarme. Y, cómo no, Ignacio Gally. Simplemente: el mejor. Él me hizo perder el miedo a los gigantes y consiguió convertirlos en enanos.

Juan, Marta, Oti, Antonio, Andrés… Gracias, compañeros, y siento mucho que esta ciudad haya perdido tanto con vuestra salida de la escena pública, pero también vosotros habéis ganado conmigo.

Gracias al diario INFORMACIÓN por dejarme espacio para poder expresarme ahora que todo ha terminado. No puedo decir lo mismo del resto de medios de comunicación locales, regionales o nacionales de los que he únicamente recibido dos llamadas. Y es que he salido absuelta. No hay noticia, No hay sangre. No hay titular vendible. Este es el nivel.

Y me van a permitir que termine con un sueño o una esperanza:

Nunca más.

Mai mes.

Never more.

Plus jamais.

Nunca mais.

Pero sé que eso no pasará. ¿Saben por qué? Porque el humano es, a la vez, la especie más inteligente y más imbécil que habita este planeta.

Firma esta carta Sonia Castedo Ramos, «ex» de casi todo, excepto de mi gente.

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