Que la pandemia del coronavirus ha dejado una huella en la salud emocional de los más jóvenes (aunque también de los más mayores) es algo más que evidente. De hecho, muchas de las columnas que he tenido la suerte de escribir en esta sección de Para Madres & Padres han tratado sobre este tema. De un tiempo a esta parte notamos a nuestros adolescentes más apáticos, irritables, menos comunicativos y aislados, con menos capacidad de llevar a cabo cosas que antes sí que podían. Diariamente vemos esos cambios significativos en su conducta, producto de tantos meses de incertidumbre y restricciones y del cambio de estilo de vida tan brutal que supuso el estado de alarma.

Lo que nuestros ojos llevaban tiempo viendo se ha confirmado por un estudio de Unicef publicado esta semana en el que afirman que 1 de cada 7 adolescentes está experimentando un problema de salud mental en este momento. 1 de cada 7. Una media de 4 alumnos por aula está sufriendo un problema psicológico. En este mismo informe, Unicef alerta de la necesidad de que los gobiernos se tomen en serio este problema y reflejen en sus presupuestos la apuesta por la atención a la salud mental de los jóvenes. Actualmente, solo el 2 por ciento de los presupuestos de salud de los gobiernos se dedican a cuidar la salud psicológica.

La cifra asusta, pero asusta más ser conscientes de la implicación que tiene el hecho de que uno de cada siete adolescentes presente un problema de salud mental. La no intervención en los problemas de salud mental en la infancia y adolescencia es un factor muy potente que predice con gran precisión que esos jóvenes serán adultos con problemas de salud mental. La remisión espontánea es la excepción y no la norma en estos casos. Presentar un problema psicológico en esta etapa de la vida no solo predispone a seguir experimentando dichos problemas en la adultez, sino que también tiene un efecto importante en todas las áreas de la vida del afectado. A menudo estos jóvenes fracasan académicamente, ven deterioradas sus relaciones interpersonales, sufren problemas familiares y en ocasiones pueden inducir al consumo de sustancias o a conductas de riesgo.

Y aquí hablamos del suicidio. Porque el hecho de que un joven se sienta extremadamente mal y entienda que su dolor es inmanejable (cuando no reciben tratamiento es más fácil que esto ocurra), la idea del suicidio como una manera de dejar de sufrir cobra fuerza. En el mismo informe de Unicef se alerta del repunte de casos de suicidio: casi 46.000 adolescentes lo hacen cada año, siendo una de las cinco principales causas de muerte para este grupo de edad.

A veces es necesario tocar fondo para poder salir a flote con más fuerza y eso creo que es lo que ha pasado con la atención psicológica de niños y adolescentes. Ha hecho falta una pandemia para que salga a flote la realidad de la salud mental de los más jóvenes, en otra época un tema tabú porque se ha pensado popularmente que «los niños no pueden deprimirse» porque «no tienen problemas de los que preocuparse».

Particularmente, en mi consulta he visto multiplicarse por dos las atenciones que realizo con niños y adolescentes, viendo también cómo aumentan los casos con ideas de suicidio, autolesiones y problemas de la conducta alimentaria. Solo os pido, madres y padres, que no banalicéis el dolor emocional de vuestros hijos y que ante cualquier signo de alerta, acudáis a un profesional. Porque la adolescencia es una etapa muy inestable pero a la vez es el momento perfecto para acompañar al joven herido y ayudarle a ser un adulto feliz.