La tauromaquia como eje de cohesión territorial. El toreo como cordón umbilical de la autonomía, la historia, la cultura y la tradición de la Comunidad Valenciana. Alicante acoge este fin de semana un certamen en el que participan las escuelas taurinas de las tres provincias: la de Alicante como anfitriona, y la de Valencia y Castellón como invitadas.

Un encuentro organizado por el Ayuntamiento de Alicante con la coordinación de Mari Carmen de España, responsable de Asuntos Taurinos del consistorio municipal, la Diputación de Valencia y la de Castellón con la coordinación de la empresa de Alicante que dirige Nacho Lloret. Dos ganaderías de postín -Juan Pedro Domecq y Antonio López Gibaja- han sido los hierros escogidos para este encuentro autonómico con la cantera del toreo valenciano.

Excelente resultó el juego de los domecqs de Juan Pedro. Desde el callejón, el torero alicantino José Mari Manzanares apadrinó el certamen que lleva el nombre de su maestro padre. Bravo fue el primer jabonero, puro Veragua. Afanoso, variado y dispuesto se mostró Angelín (ovación). Firme, con buen concepto, corrió bien la mano derecha. Por poner un pero, sobró tensión pero bienvenida sea la sangre caliente.

Kevin Alcolado (dos orejas) firmó un recibo capotero pausado y sentido. Hasta la boca de riego entre verónicas, chicuelinas y una media enroscada. Codicioso y noble fue el de Juan Pedro, premiado con la vuelta al ruedo. Alcolado supo darle tiempos y distancias. Toreó a placer por ambos pitones. Mostró buenas maneras, gusto y personalidad. Paseó una oreja.

El castellonense Javier Aparicio (dos orejas) brindó a Manzanares. El astifino castaño no tuvo las virtudes de sus anteriores hermanos. Aparicio se pegó un arrimón tremendo al final de la faena. Faltó poso pero derrochó valor. Mucho mérito.

El valenciano Borja Navarro (dos orejas) brindó también a José Mari y se puso de rodillas en el tercio para torear en redondo. Toreó con ajuste y solvencia. Con la rodillas en tierra anda como pez en el agua. La ambición siempre es un aval para los zagales.

Marco Polope (dos orejas) maneja bien la capa, tiene buen concepto y mejor expresión. Mató, además, fenomenal. Quizá firmó los mejores muletazos y vaya usted a saber por qué los tendidos recibieron su labor con cierta indiferencia. Su notable “oponente”, premiado también con la vuelta al ruedo, fue un colaborador de lujo, noble y con un ritmo de extraordinario son.

Abel Rodríguez (ovación tras aviso) no acabó de cogerle al aire al que cerró plaza, deslucido y distraído. Más allá del esbozo de una crónica, queda un espectáculo que, ante todo, constituye una reivindicación de la cantera del toreo en clave autonómica