Un final apoteósico como metáfora de la cultura del esfuerzo y la fortaleza del colectivo, del valor de un grupo humano irreductible capaz de sobreponerse a todo y más tras el parapeto de un entrenador, José Rojo Pacheta, que ha obrado el milagro de conducir al Elche de Segunda División B a Primera en apenas dos temporadas y media. Montilivi, estación final de un viaje hacia la gloria que arrancó desde el maltrecho andén del semiprofesionalismo, fue el escenario que le reservó el destino al conjunto franjiverde para vivir una noche de éxtasis y locura y firmar una de las páginas más gloriosas de su historia reciente.

El sueño de una noche de verano cobró vida reflejado en una catarata de lágrimas de alegría, en la interminable carrera de Edgar Badia para abrazar a Pere Milla tras su cabezazo para la eternidad, en el manteo a un Nino que representa mucho más que un capitán eterno e incombustible, y en las plazas y calles de Elche rezumando franjiverdismo de norte a sur y de este a oeste bajo las mascarillas y distancia social que dicta el covid-19.

Cuando el colegiado José Antonio López Teca se echó el silbato a su boca y decretó el final del partido, todo saltó por los aires. Un viaje de dos años y medio, tan abrupto como feliz, salpicado de momentos épicos que ya están grabados a fuego en la memoria colectiva de los ilicitanos. La expulsión de Stuani en el minuto 60 empezó a disparar el flujo de unas emociones que alcanzaron su clímax con el gol de Pere Milla, primero, y con el pitido final, apenas dos minutos después.

El atacante ilerdense lideró unas celebraciones en la que dirigentes, técnicos, futbolistas y personal desplazado hasta Girona se fundieron sobre el césped bajo el atronador grito de «A Primera, oé, a Primera, oé», y que poco después también resonaría subido de decibelios en el los vestuarios de Montilivi bajo una lluvia espumosa de cerveza y champán. El alma de la fiesta, sin embargo, también tuvo tiempo para llorar en soledad, alejado del mundanal ruido, tendido sobre el césped teléfono en mano, mientras adentraba a su familia en el paraíso franjiverde a través de una videoconferencia tan íntima como personal. Tiempo para la reflexión en medio del delirio.

Con los futbolistas corriendo, saltando y abrazándose por el terreno de juego, completamente fuera de sí, Nino acaparó la atención de los medios y, poco después, de sus compañeros. El máximo goleador de la historia del Elche, símbolo de compromiso y profesionalidad, por fin alcanzaba un objetivo marcado en rojo en sus más de 20 años de trayectoria deportiva. «Llevo semanas rezando para que esto pasara. Se lo dedico a mi mujer y a mis hijos», acertó a expresar el delantero almeriense ante las cámaras de televisión mientras Jonathas se abalanzaba sobre él con la cara desencajada tras rubricar un regreso soñado a la que siempre consideró su casa. El manteo posterior al que fue sometido por todo el equipo ejemplificó el ascenso definitivo de Nino a los altares del franjiverdismo y al imaginario colectivo de una ciudad que ya pide una calle para el que consideran un ídolo futbolístico y un referente social.

Iván Sánchez, Fidel, Dani Calvo, Gonzalo Verdú, Mfulu, Ramón Folch... Hacia donde enfocaran las cámaras, ahí había un grupo de jugadores del Elche celebrando sin descanso el sexto asalto de la entidad a la máxima categoría del fútbol español. Bien todos juntos, haciendo un corro sobre el centro del campo ya con las camisetas conmemorativas del ascenso, bien en grupos reducidos y cargados de simbolismo, como el que formaron Edgar Badia y Miguel San Román. Tras el protocolario y sentido manteo a Pacheta y la posterior foto de familia de toda la comitiva franjiverde al completo sobre el terreno de juego, la fiesta se trasladó a las entrañas de Montilivi y a las calles de Elche.

Cláxones, banderas, bufandas, tracas y castillos de fuegos artificiales alumbraron el ansiado ascenso entre las necesarias medidas de seguridad derivadas de la crisis sanitaria actual, con los acordes del «Aromas ilicitanos» como atronadora y armónica melodía de fondo. La Glorieta y los exteriores del Martínez Valero se convirtieron en los puntos neurálgicos de unas celebraciones que salpicaron cada rincón de la ciudad y sus pedanías. Un sentimiento identitario en su máximo apogeo enmarcado en una noche de locura que siempre perdurará en la historia franjiverde.