Wilbur y Orville soñaban con volar. Su padre les había regalado un pequeño juguete de corcho, papel y bambú con unas aspas que giraban y que ellos hacían volar como si fuera un helicóptero. Era finales del siglo XIX y en su Ohio natal solo surcaban el cielo los pájaros. Pero estos talentosos jóvenes, de enorme curiosidad intelectual y habilidades técnicas, seguros de su éxito y con una fe a prueba de intentos, se obsesionaron con una idea: construir un aeroplano.

Y el primer paso fue… dedicarse a vender bicicletas. Los dos hermanos abrieron un pequeño taller en Dayton y aprendieron las claves para poder rodar: equilibrio, control, diseño, resistencia al viento… toda una serie de conocimientos que les serviría después para construir un aeroplano. En busca de vientos apropiados para su planeadores y tierras arenosas donde aterrizar, se trasladaron cerca de la costa, en un pueblo de pescadores, donde trabajaron duramente para construir unas alas perfectas, un timón y un motor.

Así esbozaron el Wright Flyer, el famoso avión que llevaba su apellido. Tras multitud de pruebas, test, cambios y mejoras, un frío día de diciembre consiguieron recorrer casi 260 metros en un vuelo que apenas duró un minuto. El tiempo era casi lo de menos. Acababan de hacer historia inaugurando la era de la aviación.

Echar a volar un proyecto de gran envergadura no es tarea fácil si no tienes un buen motor y las destrezas necesarias. Requiere reflexión sobre el diseño, trabajo con los materiales, cálculo de trayectorias, movimientos, fuerzas… bien lo saben Alberto Carrillo y Alberto Antuña. No comparten apellido como los hermanos Wright, pero sí nombre. No son hermanos, sino entrenadores ayudantes de Pedro Rivero en el HLA Alicante. Pero ambos, con su esfuerzo, su pericia y su técnica, han dado alas a un club que se ha situado en la cúspide de la LEB Oro.

Cada partido se prepara a conciencia. Los dos Albertos trabajan intensamente componiendo informes y planteando tácticas contra cada uno de los rivales de la liga. Carrillo, ya en su quinta temporada trabajando en el club, analiza el juego colectivo del oponente y comenta con Rivero las opciones más exitosas, buscando las posibilidades de cada quinteto y el rendimiento de las posiciones en la cancha. Este pinosero de treinta años cree que el secreto para hacer volar al Lucentum reside en la identidad que ha logrado conseguir el club gracias a su filosofía de juego: roles claros, sistemas precisos y un bloque compacto que funciona como un avión. Como Wilbur Wright, sueña con llegar a lo más alto con su equipo: ascender hasta la ACB.

Por su parte, Antuña tiene las mismas inquietudes y hambre de conocimiento y triunfos que Orville Wright. Gran conocedor del baloncesto femenino y con experiencia internacional entrenando en Argentina, Hungría y la India, prepara físicamente al equipo y analiza el comportamiento individual de los contrincantes. Cual mecánico aeronáutico, sabe que el balanceo, la velocidad, el control, la propulsión y el movimiento a través del aire son fundamentales. Pero no solo eso. Para este murciano casi treintañero la clave del éxito del equipo es en buena parte fruto de Pedro Rivero y su cuerpo técnico, sin olvidar la magnífica labor de dirección que ha hecho crecer al club paso a paso en poco tiempo. No entiende el HLA Alicante sin su masa social, sin esa afición que da alas al equipo cuando puede entrar al pabellón y que lo empuja a lograr victorias tan complicadas como la que se antoja mañana en el partido contra Granada.

Wilbur y Orville soñaban con volar. Trabajaron muchos años para construir el primer aeroplano del mundo a base de tesón, pruebas, intuición técnica y coraje. Más de un siglo después, algunas premisas de su diseño siguen aplicándose en la moderna industria aeronáutica. Unas buenas alas, un timón y un potente motor. Mismas claves que han hecho alzar el vuelo al HLA Alicante hasta lo más alto de la segunda categoría del baloncesto español. No se apellidan Wright, se llaman Alberto. Y como ellos, ya han hecho historia en este club enseñándonos a volar.