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Antoni Cuti: Con el teatro, sus títeres y la casa a cuestas

Ama a los clásicos del cine mudo. Aprendió teatro con grandes maestros de la pantomima y de la risa

Antoni Cuti: Con el teatro, sus títeres y la casa a cuestas PEPE SOTO

Este hombre ha sido actor y payaso. Ahora es un titiritero. Lleva a cuestas su casa, su teatrillo y a sus títires: todos metidos en una furgoneta que recorre pueblos y rincones en busca de escenas para quitar penas, animar al personal e interpretar esas cosas del querer y paz para chicos y más mayores.

Antonio Pedro Gosálbes Cutillas creció en la barriada alicantina de Florida-Portazgo; estudió de chico en el colegio Juan XXIII y se hizo bachiller en el instituto Figueras Pacheco. Antoni Cuti es la persona que siempre quiso ser para desarrollarse en una creatividad artística sin límites. Distinto.

Emigró a Barcelona para matricularse en el Institut del Teatre. Sus ilusiones se estamparon en un muro: unas pruebas de acceso tan exigentes que Antoni tuvo que pasar dos años ensayando acrobacia y otros menesteres en un gimnasio de Alicante. Ya saltinbanqui, pudo estudiar en ese coliseo de bambalinas catalán con grandes profesores internacionales, que ya habían dado lecciones a los artistas de «Tricile», entre otros grandes de la escena. Se apuntó a la especialidad de mimo y pantomima, que superó con nota. En el Institut del Teatre aprendió de los mejores profesores de la escuela de mimo y pantomima del polaco Andrezej Tomayewski. Y se especializó en esgrima teatral con espadas, floretes y bastones.

Pero la crisis económica de principios de los años ochenta le obligó a regresar a Alicante para supervivir, después de fracasar en demasiados castings para cosas del espectáculo.

Alicante, según dice Antoni, era un páramo cultural, mucho paro y escasas ideas. Hijo de una humilde familia que sobrevivía del sueldo de su padre, dependiente de una zapatería, el chaval se hizo emprendedor (como ahora se dice de eso) y con un préstamo a años vista se compró un local en la Avenida de Xixona, que convirtió en un «loft»: un lugar de ensayo sin pilares ni vericuetos que convirtió en su santuario.

Pelado de dinero, conoció al actor Óscar Rodríguez, un argentino que formó parte del grupo argentino «Libre Teatro libre», que, tras la dictadura militar de Jorge Videla, sus componentes decidieron quedarse en el viejo continente.

Coincidieron en la compañía «Antares». Diez años de espectáculo y un destino: las agencias de espectáculos que sólo demandaban payasos para fiestas de ricas familias y para festines políticos. Antoni se hizo payaso, pero sin globos ni trompetas en plena interpretación y se apuntó al cándido teatro familiar. Diez años de gran y triste payaso: vecinas risas.

Antoni decidió cambiar de escena. Llevaba veinte años observando a títeres y a sus titiriteros, entre ferias y festines. Y volvió a empezar su oficio de espléndida farándula con muñecos de trapo y terciopelo: guerreros, brujas y vasallos.

Guerrillero del movimiento del 15-M y anarquista libertario, cree que el mundo del teatro de los títeres sirve para que las gentes de la interpretación se miren ante un espejo para que comprendan que su protagonismo debidamente lo pueden asumir actores de trapo.

Ha superado el riesgo de implicar su trayectoria con la egolatría de actores y demás gentes.

«El ego nos mata», dice.

Y los titiriteros nunca mienten. Antoni Cuti casi siempre está detrás de una lona.

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