“Empresa, administraciones y agentes clave de innovación, como las universidades, debemos reflexionar sobre nuestro rol y las condiciones de generación del talento. Si no se lleva a cabo ese ejercicio y se mantienen vivos políticas y modelos que han demostrado su nulo valor, cada vez será más complicado contar con profesionales con un verdadero conocimiento de las tecnologías que mueven el mundo, un riesgo que empieza a ser palpable”, destaca José Manuel Desco, director general de Orizon.

España, que innoven otros

La carencia de profesionales tecnológicos es un tema recurrente en España y en ello insisten diversos estudios y titulares de prensa. Ciertamente, todos los universitarios con titulaciones STEM encuentran trabajo rápidamente, los sueldos están en ascenso y ciertamente no resulta sencillo encontrar candidatos.

Sin embargo, esta situación no deja de ser sorprendente. España se encuentra en posiciones muy alejadas de la pole en materia de innovación y también está a la cola en tecnología. Efectivamente, nuestro país no tiene grandes empresas con una inversión potente en tecnología y, salvo contadas excepciones, no existen empresas españolas en el ranking de campeones globales.

Por otro lado, nuestro sector industrial, en comparación con otras economías, es pequeño y, aun cuando las fábricas se localizan en España, las decisiones se toman fuera de nuestras fronteras. La industria del automóvil es un caso paradigmático. Tampoco existe una industria tecnológica y esta carencia no solo afecta a España, sino al conjunto de la Unión Europea. Los líderes en este mercado son, en su práctica mayoría, empresas norteamericanas, chinas, japonesas o coreanas.

La carencia de profesionales tecnológicos es un tema recurrente en España.

Así las cosas, cabe preguntarse a qué se dedican los profesionales tecnológicos en nuestro país. Pero analicemos un poco las cifras. Según los últimos datos de la Asociación Española de Empresas Consultoría (AEC), del total del negocio generado por el sector de las tecnologías de la información en nuestro país (14.538 millones de euros), los servicios de outsourcing representan el 49,3%, seguidos de los proyectos de desarrollo e integración (28,9%) y la consultoría (21,8%). Por otra parte, de las más de 203.500 personas que emplea este sector, -un 66% con titulación universitaria-, la AEC indica que solo un 13,6% se dedican a proyectos de innovación.

A la vista de estos datos es evidente que nuestra “industria tecnológica” está fuertemente orientada a los servicios, con un peso de los proyectos de desarrollo básico o mantenimiento; un entorno en el que, además, se compite básicamente por precio. Esto se traduce en que la mayoría de las empresas simplemente venden horas y su aportación de valor es escasa.

Esta realidad la confirma el hecho de que, durante mucho tiempo, los grandes jugadores del sector han considerado a España como una localización nearshore para el desarrollo más o menos barato. Pero, lo cierto es que siempre hay alguien dispuesto a rebajar los precios -a costa, por cierto, de la calidad-, y esta estrategia tampoco está dando buenos resultados. Más aún, las consecuencias son nefastas.

De hecho, incluso los países con tradición off-shore tecnológica como India se han dado cuenta de esto y son conscientes del imperativo de desarrollar su industria local. Así sucede que las empresas indias de servicios han logrado establecerse con una posición fuerte en Europa, especialmente en los países escandinavos, al mismo tiempo que las tecnológicas escandinavas se centran en innovar; por supuesto, con sueldos muy alejados de los indios y también de los españoles.

Equipo de Orizon.

Con ese condicionante en la retribución, es cierto, como decía, que la mayoría de los nuevos titulados encuentran trabajo rápidamente, pero su destino en la gran mayoría de los casos son labores de desarrollo bajo un modelo que en el argot del sector se conoce como el de las “cárnicas”, en las que el precio manda. Como consecuencia, la formación y capacitación continuas pasan a un segundo, sino un tercer plano, por no hablar del crecimiento profesional.

La estabilidad tampoco es una seña de identidad en este tipo de puestos de trabajo. Al contrario, es empleo fuertemente sometido a los vaivenes del mercado en los que no es extraño que los profesionales cambien de empresa simplemente porque el cliente para el que indirectamente trabajan opta por otro suministrador.

En estas circunstancias vale la pena cuestionarse sobre el futuro de estos profesionales y si continuarán programando cuando hayan superado los 45 años. Más aún, es imperativo preguntarse -especialmente ante la llegada de los fondos Next Generation que sin duda reactivará los proyectos tecnológicos- si este modelo, a pesar de contar con muchas personas trabajando en el sector tecnológico, contribuye a mejorar la capacidad de innovación de nuestro país.

Innovación y cultura de empresa

Las empresas son factor de innovación, son las que desarrollan nuevos modelos de negocio que aportan valor, las que desarrollan servicios avanzados. También son las empresas las que pueden y deben contribuir al futuro de sus profesionales y ello pasa por promover su crecimiento. Únicamente de esta forma cambiaremos la cara del país.

Asimismo, cabe recordar que todas las empresas en el ámbito de la tecnología empiezan siendo pequeñas. Así lo demuestra la experiencia de los procesos de innovación tecnológica en otros países, con ejemplos tan paradigmáticos como Microsoft, HP, Apple o incluso Google con su primer motor de búsquedas Backrub.

Ángel Pineda, CEO, y Olga Carrillo, CFO & RRHH, de Orizon.

La innovación requiere de talento cualificado porque existe una necesidad que debe ser cubierta. Sin embargo, y no deja de ser tan curioso como trágico, que en nuestro país las empresas que pretenden innovar en herramientas o procesos tecnológicos se enfrentan a un entorno complicado. El pensamiento generalizado asocia el término startup a la venta de cualquier milonga por Internet, lo cual es muy respetable, pero simplemente no es innovación tecnológica.

Las administraciones públicas tampoco se distinguen por comprender el significado de la innovación y, de hecho, sus políticas resultan hostiles a esta. A la sazón, los políticos se decantan por la generación de puestos de trabajo a corto plazo y el montaje de factorías de software en cada pueblo y el marketing se encarga de convertirlas en “hubs tecnológicos”.

Las ayudas a la innovación acaban en manos de grandes empresas especializadas para crear este tipo de engendros que, ante un cambio desafortunado de las condiciones precio/hora, simplemente echan el cierre. Las distorsiones que crea este modelo en el mercado de trabajo son mayúsculas.

Y ¿qué sucede con los fondos a la innovación? Aquí también la publicidad se impone a la realidad y nuevamente los grandes tienen patente de corso y a las empresas pequeñas que, vuelvo a recordar, son la fuente de la innovación, les quedan pocas opciones. Eso sí, existen los “centros de investigación” de las Universidades, a los que no se les requiere resultado alguno y que están completamente alejados de la realidad de los mercados; aparentemente anonadados en la reinvención continua de la rueda.

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