Carlos es una víctima más de la crisis. Después de seis años trabajando como contratado en el Ayuntamiento, se vio obligado a cambiar la obra por las colas del paro. Fue así como empezó a buscar: primero trabajo, después hierro, acero e incluso cartón. Ahora, con su furgoneta, visita cada día los polígonos industriales de la provincia e incluso ha llegado a poner contenedores en algunas empresas.

"Para nadie es agradable dedicarse a esto. Incluso antes, cuando yo veía a los chatarreros por las calles, pensaba que era una lástima que hubiera gente que tuviera que vivir así", confiesa Carlos con la cabeza cabizbaja y la mirada perdida... Tras un breve silencio, las palabras regresan: "¿Cómo me veo? Mal porque hay gente que te trata mal. A veces, cuando vas a preguntar a alguna fábrica, directamente te echan. Poca gente te dice que sí. Lo más fácil, cuando no saben qué pueden o qué tienen que hacer con una pieza de hierro, es decir que no. Tienen dudas, desconfían y, si lo piensas bien, es lógico", explica.

Su particular aventura diaria se prolonga durante más de doce horas. De media, suele cobrar por la mercancía unos 50 euros al día. Otras veces, las menos, como asegura, los astros se alinean, la suerte se convierte en su aliada y es entonces cuando alcanza los 300 euros. "La gente que se dedicaba antes a esto ganaba mucho dinero, pero ahora hay mucha competencia, sobre todo dentro de las empresas. El jefe prefiere que sean los trabajadores los que recojan la chatarra y la vendan para compensar la rebaja de los sueldos. Además, si antes había cuatro chatarreros en Elche, ahora hay 300", detalla.

Con varios lustros de experiencia a sus espaldas, y mil y un talleres de calzado recorridos en este tiempo, uno de los chatarreros más veteranos en Elche, que prefiere no desvelar su nombre, comenta que "hace dos años eran los talleres los que te buscaban y hoy en día le dan la chatarra al mejor postor e incluso te piden que les pagues por poder llevártela. Hay mucha competencia y la cosa se ha complicado mucho".

Y es que los que se dedican a este negocio lo tienen claro: "Hay mucho paro y mucha necesidad. Gente que antes trabajaba en la obra, los zapatos o el campo no ha tenido más remedio que recurrir a la chatarra, ya sea por polígonos industriales o talleres, ya sea en los contenedores", revelan.

Es más, probablemente nunca antes los contenedores habían registrado tanta actividad. Se abren y se cierran a cualquier hora. Da igual. La búsqueda nunca termina, aunque la rentabilidad en este caso, como explican dos jóvenes mauritanos, no compensa casi nunca un trabajo más propio de funambulistas que de gente que hasta hace poco se dedicaba a trabajar en la construcción, en el calzado o en la agricultura.

La horquilla de beneficios en su caso es mucho menor: entre 10 y 20 euros al día, reconocen estos dos jóvenes que, hasta hace poco menos de un año, trabajaban en el campo. Si la jornada se da bien, igual alcanzan los 40 euros. Hierro, acero y metales de todo tipo, junto a algo de cartón, se han convertido desde hace unos meses en su medio de supervivencia ayudados por un carro de la compra... Eso sí, aseguran que, "cuando vemos que alguien deja algo, antes de cogerlo siempre le preguntamos si es para tirar y si nos lo podemos llevar".

La historia personal de estos dos mauritanos no difiere mucho de la de otros tantos inmigrantes que llegaron a Elche hace unos años buscando un mañana mejor. "Siempre hemos trabajado en el campo desde que llegamos a Elche, pero el año pasado y éste se complicaron las cosas y cada vez era más difícil conseguir algo. Por eso, cuando vimos a algunos amigos recogiendo hierro por la calle y que, por lo menos, les daba para comer, pensamos que nosotros también podíamos hacerlo, aunque ya no podamos mandar dinero a Mauritania", precisan.

Con subidas y bajadas

Como si de inversores se tratara, todos los chatarreros están al día de las subidas y bajadas de los precios del aluminio, el hierro, el cobre o la chatarra. El precio cambia en función de las necesidades de las materias primas, de las cantidades que se recogen y, sobre todo, del mercado internacional. Bolsas como la de la Londres o la de Shanghái marcan los tiempos. No obstante, ahora todo vale un poco más, pese a las pequeñas oscilaciones. En estos momentos, la chatarra se paga a unos 21 céntimos el kilo; el acero, a 1,30 euros el kilo; el latón, a 2 euros el kilo; y el cobre a 4,10 euros, como especifican el gerente y el encargado de Recuperaciones Cabot, Manuel Cabot y Pedro Manuel Cabot, respectivamente.

Tanto desde Recuperaciones Cabot como desde Hermanos Lozano, ambas empresas con sede en el polígono de Carrús, coinciden en señalar que el número de particulares dedicados a la recogida de chatarra se ha incrementado en torno al 90% en el último año. "Chatarreros ha habido siempre, pero ahora hay un repunte por la crisis y el desempleo.

La recogida de chatarra es uno de los últimos recursos que tiene la gente", afirma Juan Lozano, uno de los responsables de la empresa Hermanos Lozano. En este sentido, aclara que, en su caso, cada día pasan por sus instalaciones unas 60 personas, lo que se traduce en más de 900 toneladas de residuos al mes. También apunta que "los españoles vienen sobre todo a traer cosas que tienen en casa porque es una forma de conseguir un dinero y, al mismo tiempo, reciclan". De hecho, por una nevera se pueden conseguir entre siete y nueve euros, por ejemplo.

Otra cosa son las limpiezas en empresas, que han caído un 60%: "Teníamos muchas, pero bastantes han cerrado, y nos estamos manteniendo por las limpiezas que hacemos en las industrias que quedan o van cerrando", confiesa Lozano.

La situación ha hecho que incluso algunas sociedades, como Recuperaciones Cabot, se hayan visto obligadas a ampliar sus instalaciones, lo que ha hecho, como explican sus responsables, que se haya pasado de recoger 5.000 kilos a la semana hasta el pasado mes de agosto a las 30 toneladas que se recepcionan en estos momentos.

En uno y otro caso, las empresas inciden en que la seguridad es lo primero. "La Policía hace inspecciones todos los días, siempre se pide el DNI y, en caso de dudas sobre la procedencia del material, no se recepciona. Además, se trabaja con cascos, guantes y chalecos", señala Pedro Manuel Cabot.