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El Museo de Pusol roza los 2.000 donantes y tiene más de 77.000 piezas catalogadas

La mayoría de aportaciones proceden de particulares que hacen reformas en casa y deciden entregar objetos heredados a los que no dan uso

Proceso de inventariado este verano de varias piezas, como cartas antiguas, en Pusol.

El Museo Escolar de Pusol supera los 1.980 donantes y ya tiene catalogadas más de 77.400 piezas desde que en la década de los setenta la escuela rural empezase a acoger piezas de cierto valor histórico que vecinos entregaban para recuperar diferentes modos de vida del mundo rural y comercial de distintas épocas.

Fue en la década de los noventa cuando varios establecimientos comerciales de zonas comerciales como la calle Salvador empezaron a cerrar al debilitarse el esplendor del centro y una buena parte del género que vendían y su mobiliario fue cedido a Pusol para una segunda vida, hasta el punto de estar representadas ahora en el museo aquellas tiendas.

Sin embargo, la tendencia en los últimos años está cambiando, ya que la mayoría de donantes son particulares que tienen por casa elementos heredados, salvando los casos de negocios que cierran como ocurrió con Villalobos o fábricas que clausuran y ceden equipos industriales.

El principal objetivo con los fondos es documentar cómo eran ciertos aspectos de la vida tradicional

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Analizando los datos totales de donaciones saldría una media anual de más de 1.500 piezas por año, aunque lo cierto es que en el último lustro no se ha superado la barrera de las 135 donaciones anuales, con 2017 como mejor exponente en este tramo después de que en 2016 solo llegasen 79 piezas debido a la crisis que sufrió el museo.

En una buena parte de los casos los propietarios quieren desprenderse de elementos cuando hacen reformas al no encontrarles cabida en el hogar, pero entienden que pueden tener valor para los demás. Se repite este supuesto: «Los abuelos fallecen, el piso se va a vender y la gente ya empieza a pensar qué hacer». Es por ello que la mayoría de donaciones se hacen para guardar la memoria de una familia «porque les da pena deshacerse de ello pero no lo pueden almacenar, por eso lo traen para que esté en un sitio cuidado donde lo aprecien», expone José Aniorte, gestor cultural del Museo Escolar de Pusol.

Técnicos del Museo de Pusol mostrando algunas de las donaciones. | ANTONIO AMORÓS

Al hilo explica cómo es la dinámica de trabajo. «De repente te llama alguien que tiene algo, hemos tenido una época de varias donaciones pero en verano la gente se suele parar más. Muchas veces las traen a la puerta del museo, vienen sin previo aviso. Otras sí que llaman, preguntan, y ya valoramos si interesa o no».

En este sentido, los técnicos hacen un minucioso trabajo de comprobación, y posterior catalogación, para revisar bien lo que se coge teniendo en cuenta que los almacenes son limitados. No pueden abarcarlo todo, y menos ciertos enseres como muebles de gran tamaño que ya estén representados entre los fondos.

La práctica mayoría de donantes son del término municipal de Elche, aunque hay casos de localidades cercanas o incluso extranjeros que contribuyen a enriquecer este proyecto, amparado por la Unesco. Desde el museo narran el caso de una señora inglesa que en los años cincuenta se alojó en Elche y adquirió la típica figura de flamenca que se estilaba en la época, «una pieza bastante buena porque además se la llevó a Inglaterra, y ahora al jubilarse ha vuelto a España y la ha donado».

También recuerdan el curioso salero que un pastor confeccionó con el nudo de una caña, cortándolo y tallándolo para salir al campo. «Es un testimonio de cómo se vivía antiguamente cuando se sacaban recursos de donde había», describe Aniorte.

La misión es concienciar para que haya más interesados que no opten por tirar obras patrimoniales

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Relata, también que los principales colaboradores suelen ser personas mayores «que tienen elementos de juventud y llegan aquí y piensan que es buen destino para lo que han estado atesorando». Aquí también hay múltiples ejemplos, como el de un señor al que le regalaron un juguete de hojalata de Payá cuando tenia 6 años, lo guardó toda su vida y terminó en el museo al morir.

Recalcan, por ello, que el reclamo no es la valía económica, «si no que ayude a documentar cómo era cierto aspecto de la vida tradicional» para ayudar a la labor pedagógica en el centro.

Así las cosas, perciben desde el museo que ha aumentado la concienciación para combatir la pérdida de recuerdos a pesar de que se sigue dando la práctica de quemar y tirar bienes familiares porque pueda haber recelo a donar pertenencias o bien por puro desconocimiento acerca del proyecto ilicitano de salvaguarda.

Y ese es uno de los retos que se marca el museo, ya que hay varias franjas de edad donde cuesta llegar aunque sí que suele calar más el mensaje entre escolares porque los centros educativos conciertan visitas guiadas «para que aprendan sobre una vida que desconocen completamente, porque actualmente no saben lo que es un botijo o una cámara de fotos con carrete».

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