Treinta años luchando contra el sufrimiento de quienes se someten a una intervención quirúrgica. Ese es el gran reto al que se enfrentan, a diario, los profesionales del Servicio de Anestesiología, Reanimación y Tratamiento del Dolor del Hospital General Universitario de Elda. El equipo que dirige el doctor Calixto Sánchez Pérez fue de los primeros de Europa, junto a un hospital sueco de Örebro, en tratar el dolor agudo postquirúrgico con alta tecnología. Una metodología completamente novedosa en 1987, que ha experimentado una extraordinaria evolución en las tres últimas décadas, convirtiendo al Hospital de Elda en un referente internacional en un campo de la medicina «esencial» para garantizar el bienestar de los enfermos que pasan por el quirófano.

Fueron sensibles y visionarios. Con más voluntad que medios buscaron soluciones para paliar el sufrimiento de los pacientes que presentaban cuadros de algia severa insoportables. Y, al mismo tiempo, descubrieron que los dolores que no se combatían adecuadamente tras salir del quirófano podían persistir hasta cronificarse en, a veces, casi un 40% de los casos. La cirugía de mama es un claro ejemplo de ello.

No hay dolor que dure cien años pero el objetivo es mitigarlo en el tiempo y en intensidad para proporcionar una calidad de vida aceptable a quienes que lo padecen. Y con ese espíritu de barricada comenzó el equipo Anestesia y Reanimación del Hospital de Elda a proporcionar a los pacientes postquirúrgicos las llamadas «bombas del dolor» y a tratarlos con técnicas de anestesia y analgesia regional. «En los últimos años el tratamiento de las molestias postoperatorias han evolucionado tanto que podemos hacerle un traje a medida a cualquier persona para reducirle el sufrimiento a la mínima expresión. Lo más difícil ahora es abordar el dolor crónico, el que va a persistir toda la vida», explica Calixto Sánchez. «En todos estos casos -añade el especialista- hay que llegar a un pacto con el enfermo porque nosotros, a veces, lo máximo que podemos hacer es bajarle el dolor entre un 50 y un 60%, y a partir de ahí, el paciente tiene que ser fuerte, armarse de ilusión y seguir adelante con su vida».

Resulta cuanto menos paradójico que, precisamente, esa sensación que nos mortifica sea necesaria para seguir viviendo. «El dolor agudo es una alerta de salud y nunca se eliminará del todo porque es una defensa vital. Eliminar el dolor agudo sin dignóstico nos pondría en peligro», puntualiza el jefe de un Servicio que atiende cada año 18.000 intervenciones en el Hospital de Elda, un centro punteros en rendimiento quirúrgico de la Comunidad y el segundo de la provincia en población y camas.

La percepción bioquímica del dolor es igual para todos pero cada persona lo siente de una manera diferente en función de los factores subjetivos que influyen en la estructura superior de su sistema nervioso. «La ilusión por operarse o el trato recibido en el hospital pueden hacer que la percepción de padecimiento sea mayor o menor», apunta el experto recordando el caso de un luchador coreano que llegó a Urgencias con el tobillo roto. «Había comido antes así que había que esperar para poder llevarlo al quirófano. Pero nos pidió que lo operásemos sin anestesia. Le explicamos que no podía ser y entonces empezó a moverse el tobillo de forma brusca mientras decía que el dolor está en la mente».

Treinta años de esfuerzo y Calixto sigue investigando con su equipo. Actualmente está coordinando un ensayo clínico europeo sobre un fármaco nuevo. Un potentísimo analgésico sublingual, que se administra el propio paciente, y que podría convertirse en la versión mejorada de la «bomba del dolor» intravenosa.