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Trump pronuncia un discurso conciliador tras la conmoción por su victoria electoral

El triunfo del magnate muestra un país profundamente dividido que rechaza la política tradicional y décadas de neoliberalismo

El republicano Donald Trump ganó contra todo pronóstico la Presidencia de Estados Unidos, una victoria que celebró con un discurso de mano tendida a los estadounidenses y al mundo pero que no evitó fuertes caídas de los mercados. Trump, un magnate inmobiliario ajeno a la política hasta hace poco más de un año, consiguió superar los 270 votos electorales necesarios para llegar a la Casa Blanca y tirar por tierra el sueño de la demócrata Hillary Clinton de convertirse en la primera mujer presidenta del país.

El polémico empresario logró su victoria al imponerse en la mayoría de los estados clave, en ciertos casos en contra de todas las previsiones, como Ohio, Florida, Carolina del Norte, Iowa o Pensilvania. Clinton, quien llamó a su oponente para felicitarle por su victoria, perdió además en otros estados que debía haber ganado, como Michigan y Wisconsin, que en teoría eran feudos demócratas. Los republicanos se apuntaron otra gran victoria en las elecciones legislativas celebradas también el martes, al conservar el control de ambas cámaras del Congreso de EE UU, lo que permitirá a Trump un cómodo mandato en la Casa Blanca.

El triunfo del magnate provocó una auténtica conmoción, tanto dentro como fuera del país. Prueba de ello era la prensa norteamericana de ayer. El liberal The New York Times y el conservador The Wall Street Journal reaccionaron con sendos editoriales al «terremoto político» que supone la «revuelta» causada por Donald Trump «Presidente Donald Trump. Tres palabras que parecían impensables para decenas de millones de estadounidenses y para gran parte del resto del mundo se han convertido en el futuro de Estados Unidos», arrancaba el NYT en su editorial «La revuelta Trump». Por su parte, TWSJ afirmaba en su editorial que el «terremoto político» que supone la victoria de Trump supone el mayor «desafío al orden establecido» en casi dos siglos en la historia del país «para bien o para mal».

Al hablar por primera vez como vencedor en un céntrico hotel de Nueva York, el presidente electo adoptó un tono más presidencial y abogó por cerrar «las heridas de la división», al tiempo que prometió buenas relaciones con otros países. Lejos de su discurso nacionalista, proteccionista, xenófobo y populista de la campaña, Trump dijo que será un «presidente para todos los estadounidenses» y tendió la mano a sus detractores. «Les pido su orientación y su ayuda para que podamos trabajar juntos y unificar nuestro gran país», les dijo. También tuvo palabras de agradecimiento para Clinton, a la que felicitó por su duro trabajo durante la campaña y a lo largo de su carrera. «Hillary ha trabajado mucho tiempo y muy duro (...) y le debemos una gran gratitud por su servicio a nuestro país», señaló.

Un país dividido en dos

Raciales, urbanas o de edad: la victoria de Donald Trump ha revelado las múltiples placas tectónicas de un país profundamente dividido y que ha acabado rechazando la política tradicional y décadas de neoliberalismo económico. Cada una de las mitades del electorado (59 millones que votaron por Clinton y 59 millones que lo hicieron por Trump) están definidas por líneas muy claras que dibujan un país con dos realidades y dos visiones contrapuestas.

Trump destrozó las previsiones movilizando un número récord de blancos a las urnas, desactivó el cortafuegos hispano de los demócratas al conquistar casi un tercio del voto latino para hacerse con Florida e ilusionó como nunca a Pensilvania, Ohio y Wisconsin para romper el «muro azul» del Medio Oeste que hacía confiar al equipo de Clinton en la victoria. Los demócratas salen con su peor resultado electoral desde 1988, cabizbajos y preguntándose cómo un hombre sin experiencia en cargo político alguno -y con una campaña que al comienzo era un caos- consiguió imponerse sin seguir las reglas tradicionales del márketing político.

En casi lo único en que acertaron los analistas políticos, los medios de comunicación, los demógrafos y las encuestas fue en que el voto más fiel de Trump sería como fue al final en la práctica el del hombre blanco de media o baja formación y de zonas rurales y clase trabajadora. Los observadores y, una vez más, los sondeos se equivocaron al predecir un giro hacia los demócratas de los blancos de raza blanca con formación superior y de mujeres blancas, que fue menor al esperado.

Pérdida de votos

Subestimaron también el hecho de que muchos de los que votaron en 2008 por el presidente Barack Obama en los suburbios de Scranton (Pensilvania) o Youngstown (Ohio) ya no conectan con el mensaje de la esperanza de los demócratas y han dado su apoyo a Trump. Tampoco acertaron al asegurar que el voto rural no podría compensar el peso de los centros urbanos, que se inclinaron por la opción más moderada que representaba Clinton frente al populismo del magnate neoyorquino.

De hecho, aunque Clinto ganó ligeramente en votos populares a Trump, perdió siete millones de escrutinios respecto a los resultados obtenidos por Obama hace cuatro año. Trump, por su parte, perdió dos millones de votos en comparación a los cosechados por Romney en 2012.

Los mayores márgenes de victoria para los demócratas coinciden de manera casi exclusiva con las grandes ciudades del país y se dibujan en las áreas de mayor densidad de población: desde Washington hasta Boston, en el este; Chicago (Illinois), en el Medio Oeste; Houston, en Texas; o en Montgomery (Alabama), en pleno corazón sureño. El «Trump Country», el bastión del magnate republicano, recorría los valles de los Apalaches, desde Tennessee hasta Pensilvania, pero no se esperaba que se extendiera como un maremoto también por el Medio Oeste, tomando el llamado «Rust Belt», el cinturón industrial de Ohio, Indiana y Michigan.

Salto generacional

La otra división que han puesto en evidencia estas elecciones es la generacional. El 55 % de los votantes entre 18 y 29 años votó por Clinton, pero casi uno de cada diez optó por una tercera opción política, algo que podría también significar una desconexión con la política tradicional. Según encuestas a pie de urna, alrededor del 29 % de los electores hispanos votó por Trump (similar proporción para los republicanos que en 2012), aunque el 71 % no lo quería como presidente, y más de 80 % de los afroamericanos prefería a Clinton.

En su discurso de victoria, el multimillonario habló de unir al país; Obama se expresó en líneas similares en su conversación ayer con el presidente electo, y Clinton reconoció que «el país está más dividido de lo que pensábamos». Queda por ver cómo se pueden conciliar dos visiones del país totalmente diferentes durante una presidencia de Donald Trump. Por un lado, están los que apostaban con Clinton por el continuismo, porque las reformas económicas de Obama estaban funcionando a un nivel que envidiarían otros países desarrollados, con un desempleo a niveles mínimos y los ingresos medios al alza.

En el otro extremo, se hallan los que desprecian las políticas neoliberales, las mismas que los republicanos defendieron a ultranza y que, tras la crisis de 2009, han ampliado la desigualdad.

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