¿Qué piensan si les hablo de cascos? Durante años, los cascos más conocidos eran los envases de vidrio en los que se depositaba la cerveza o los refrescos. Se trataba de botellas parecidas a las actuales, sin embargo, nunca se tiraban a la basura. No era necesaria normativa alguna que lo impidiera. Una vez consumidas las bebidas, los cascos se llevaban de vuelta a las tiendas o bares donde se adquirían. A cambio, conseguías que te descontaran el precio de los mismos. El concepto era de lo más sostenible. Pago por el contenido pero no por el continente. Por otro lado, el ahorro al devolverlos también contaba. Era la campaña perfecta de marketing. Fidelizaba al cliente sin tener que invertir en publicidad ¿Alguien da más?

Sin embargo, existía una fuerza mucho más importante para obrar así que superaba a todo lo anterior. Se trataba de los valores. Del valor de no ensuciar la calle, de no tirar lo que pudiera reutilizarse con independencia de las posibilidades económicas que cada uno tuviera y, en definitiva, del valor de ser cívico.

La prueba más evidente es lo que ocurría cuando en aquella época ibas a por el pan. No era necesario que, en ese ni ningún otro comercio, nadie te recordara que debías llevar una bolsa al ir a comprarlo ni tampoco que te amenazaran con cobrarte cantidad alguna por la misma. En las panaderías, por ejemplo, colgando de distintos ganchos podías ver una colección de bolsas o talegas, muchas de ellas tejidas a mano, que eran dejadas por sus propietarios por las mañanas y, ya con el pan dentro, recogidas por éstos horas más tarde. Reciclado y lucha contra el plástico en una misma acción.

Son sólo algunos de los casos cotidianos que se daban a diario en aquella época y que, al fin y al cabo, forman parte de la niñez de muchos de nosotros.

Por eso, no lo olvides, mis abuelos, como los tuyos, se dedicaron toda su vida, sin saberlo, a conservar la biodiversidad. Ellos, y no nosotros, con sus sencillas pero lógicas acciones, fueron los primeros ecologistas que existieron de verdad.