Adolf Hitler y Joseph Goebbels entendieron enseguida que el cine era la más poderosa de las armas propagandísticas. En los primeros tiempos del Tercer Reich diseñaron, con astucia innegable, un plan de producción para el cine alemán que ensalzaba las virtudes de la raza aria y cuestionaba virulentamente a sus países rivales, Inglaterra en especial –hasta realizaron en 1943 una versión del hundimiento del Titanic en la que el único que prevé el accidente y no le hacen caso es un ciudadano alemán–, además de convertir en 1940 una versión completamente adulterada de la novela 'El judío Suss' en una de las mayores películas antisemitas de la historia.

Benito Mussolini también dio rienda suelta a su exaltación cinematográfica del fascismo e impulsó el denominado cine de los ‘teléfonos blancos’, comedietas y dramas de puro escapismo y adocenamiento ideológico para blanquear el sistema. Francisco Franco copió el modelo durante la dictadura española con los grandes fastos patrióticos de Cifesa y títulos como ‘Raza’, guionizado por él mismo y convertido en dogma de su ideario. Pero el cine como propaganda política no ha sido solo patrimonio de los fascismos europeos: Estados Unidos inculcó no pocas de sus ideas a través de la maquinaria de Hollywood además de incentivar en la primera mitad de los 40 el cine de propaganda antinazi y de exaltación de los valores capitalistas.

Cine para desinformar

Lo que sorprende en el caso de Yevgeni Prigozhin, responsable de la organización de mercenarios rusos Grupo Wagner, es que sea él, uno de los nefastos personajes que dirige el negocio de las armas y de la guerra, el mismo que diseña las líneas maestras de una serie de filmes de propaganda prorrusa, proPutin. Acaba de saltar la noticia de que Prigozhin, enfrentado desde hace tiempo no tanto a Vladimir Putin como a su ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, a quien tacha de absolutamente ineficaz en cuestiones de guerra, está detrás de algunos filmes que sirven a la causa de la desinformación general propugnada por Putin. El cine convertido de nuevo en el medio más poderosos para expresar ideas, enaltecer valores y falsear acontecimientos.

El caballo de batalla de este nuevo cine de propaganda es la película en ‘streaming’ ‘The best in hell’ (‘Luchshiye v adu’), estrenada el pasado octubre en Rusia y producida por la firma Aurum. El filme se centra en una encarnizada batalla para conquistar una ciudad europea indeterminada, aunque no resulta muy difícil imaginar que pueda tratarse de cualquier localidad de Ucrania. De hecho, algunos analistas estadounidenses y europeos ya han dicho que la cinta recrea el asedio a la localidad ucraniana de Mariupol, uno de los asentamientos estratégicos de la contienda.

La particularidad de esta película extremadamente realista en cuanto a las escenas de enfrentamiento bélico es que uno de sus dos guionistas es Aleksey Nagin. No es un nombre que pasará a los anales de la historiografía cinematográfica, pero es un personaje que tiene miga. Se trata de un exsoldado ruso que pasó a las filas del Grupo Wagner y participó de modo activo en las primeras refriegas en Ucrania. Respaldado por Prigozhin, dejó el rifle, la ametralladora, el lanzagranadas o lo que manejara, para suplirlo por la escritura.

Un mes antes de estrenarse la película, Nagin murió en una de las escaramuzas entre rusos y ucranianos cerca de la ciudad de Bajmut. El Gobierno ruso puso en marcha rápidamente toda su maquinaría glorificadora otorgándole de forma póstuma la condecoración al Héroe de la Federación Rusa. Es un honor asociado generalmente a méritos heroicos en combate y que también le fue concedido a Prigoizhin.

En la República Centroafricana

Ya antes de estallar el conflicto con Ucrania, Putin se había servido de la logística cinematográfica de Prigozhin y el Grupo Wagner. En 2021 produjeron ‘Tourist’, filme realizado por el mismo director de ‘The best in hell’, Andrey Batov, que glorifica directamente, sin disimulo alguno, al grupo de mercenarios durante sus actividades en la República Centroafricana, en este caso como instructores de combate. La película se estrenó en mayo en Rusia, fue doblada al ‘sango’ (idioma cooficial de la República Centroafricana) y presentada en olor de multitudes en un estadio de la capital del país. Conviene decir que esta república africana ha sido una de las fuentes de la riqueza personal de Prigozhin, ya que algunas empresas asociadas a su nombre –y tiene unas cuantas, oficiales o como tapadera– se han dedicado a la extracción de diamantes y otros minerales valiosos.

Prigozhin lleva produciendo películas de exaltación guerrera desde 2019, cuando el conflicto ya se estaba cociendo y el resto del mundo seguía sin enterarse. Estos productos copian el modelo de los llamados filmes ‘boeviki’ de los años 80 y 90, cintas de acción generalmente de bajo presupuesto destinadas a glorificar a los heroicos soldados rusos en enfrentamientos de lo más diverso. Parece que otro de los modelos a seguir es la hollywoodiense saga ‘Rambo’, ideada y protagonizada por Sylvester Stallone. Los extremos ideológicos siempre acaban tocándose. Dolph Lundgren también ha estado asociado a algunas campañas de Progozhin.

La primera de las producciones de Progozhin, que nunca aparece en los créditos pese a ser de un modo u otro el instigador, cuando no ‘ideólogo’, de los proyectos, fue ‘Shugaley’. Este filme está centrado en uno de sus más estrechos colaboradores, Maxim Shugaley, máximo responsable de la Agencia de Investigación de Internet, la empresa propia con la que Progozhin intentó influir en las elecciones estadounidenses de 2016 difundiendo noticias falsas.

Shugaley define por sí solo la cara oscura del actual sistema ruso. En ‘The Wall Street Journal’ hablaban de él de él como de investigador de campo o espía, fue uno de los primeros rusos en llegar a Kabul cuando los talibanes tomaron el poder, estuvo encarcelado en Libia y sirvió a los intereses del Kremlin en Afganistán. Con esta película, de hecho un relato biográfico según las normas establecidas, el líder del Grupo Wagner no tenía reparos en blanquear su propia realidad y la de los suyos. Mientras en Estados Unidos hacen ‘biopics’ de estrellas musicales, en Rusia Prigozhin los dedica a ominosas personalidades a la sombra del poder establecido.

El islam tampoco se la librado de las iras cinematográficas del hombre que ha puesto en jaque a Putin. En ‘Granit’ (2021), el gobierno de Mozambique pide ayuda al gobierno ruso para luchar contra los terroristas islámicos, y el máximo representante del país no duda en mandar a un contingente de mercenarios liderado por el comandante cuyo apelativo granítico da título a la película.

Hay más. Del mismo año es ‘Blazing sun’ (‘Solntsepyok’), filme que ha sido visto como una especie de esbozo a la invasión rusa en Ucrania. Su protagonista es un hombre que vive en una de las principales ciudades del Dombás, Lugansk. En 2014 se encuentra inmerso en los conflictos de la región. Combatió en Afganistán y no quiere volver a empuñar las armas, pero una serie de acontecimientos que ponen en jaque a su familia le obligan a tomar drásticas decisiones.

Nada nuevo. El cine estadounidense ha hecho centenares de películas a partir del mismo concepto. Ahora las hacen en Rusia los amigos y colaboradores de un individuo que organizaba catering para las cenas de Putin con dignatarios extranjeros reconvertido en un señor de la guerra sublevado.