Era un miércoles de una semana de elecciones. Miguel Peralta rompía la placidez de la campaña electoral alcoyana con una rueda de prensa agresiva y cargada de enjundia política, en la que hacía una encendida defensa de la urbanización de Serelles, atacando de forma despiadada a sus detractores y reiterando la apuesta del PP local por un proyecto que hunde sus raíces en los lejanos y alegres tiempos del boom urbanístico. Cuatro días después, el Partido Popular de Alcoy perdía 4.500 votos, la mayoría absoluta y posiblemente la Alcaldía de la ciudad.

Es éste un ejemplo más de la maldición de Serelles, un plan urbanístico endemoniado en el que todas las cosas salen al revés y que acaba envolviendo bajo el manto del mal fario a todos sus defensores.

Todo empezó como un sueño. El PP de Alcoy quería participar en la gran fiesta del ladrillo y planificó una nueva ciudad con 1.500 chalés en las faldas de la Sierra de Mariola. El proyecto se paseó con orgullo por todas las ferias inmobiliarias de España, a pesar de que había generado un fuerte movimiento de rechazo entre la ciudadanía. El primer golpe llegó desde la Conselleria de Medio Ambiente, que alegando que la urbanización afectaba a un parque natural, aplicó un drástico recorte del planeamiento inicial, dejando en 400 el número de casas a construir. El golpe definitivo se lo dio la puñetera realidad: la promotora, la firma Luxender, solo logró vender 47 chalés, viéndose arrastrada a una suspensión de pagos y dejando a compradores y proveedores en una situación de total incertidumbre. Alcoy se unía a la interminable lista de municipios españoles que cuentan con una ciudad fantasma de casas a medio terminar y de calles vacías habitadas por los matorrales.

Este desastre largamente anunciado le estallaba al PP en pleno periodo electoral. A la evidencia del fracaso de un modelo urbanístico, hubo que añadir otros detalles igualmente negativos: una sentencia condenatoria del TSJ, un expediente de la Confederación Hidrográfica (posteriormente archivado por un defecto de forma) y la renuncia final de los escasísimos propietarios que habían comprado casas en la zona. En ese preciso momento, es cuando el contencioso de Serelles nos muestra una de sus facetas más inexplicables: el empeño del PP local en seguir defendiendo una iniciativa, que se ha convertido en el peor fracaso de sus once años de gobierno. Sea por una enfermiza fascinación por el abismo o por inconfesables compromisos con la empresa promotora; lo cierto, es que los populares han hecho toda la campaña electoral con esta pesada piedra colgada del cuello. Sus encomiables esfuerzos por echarles las culpas a los ecologistas, a la oposición y hasta al Ayuntamiento de Cocentaina, no han logrado evitar que la opinión pública siga considerando Serelles como un proyecto que nació tocado, al fijarse unos objetivos que estaban totalmente alejados de la realidad inmobiliaria alcoyana.

Pero la historia no acaba aquí. La maldición de Serelles no terminará con el presumible cambio de gobierno en el Ayuntamiento de Alcoy. La sombra de este descomunal desaguisado perseguirá durante los próximos años a las personas que dirijan el urbanismo alcoyano. La urbanización es una herencia envenenada y está llamada a convertirse en una fuente permanente de problemas. La hipotética paralización del proyecto, planteada por los tres posibles socios del gobierno tripartito, será un proceso lleno de dificultades, que puede suponer importantes desembolsos económicos e interminables contenciosos judiciales para el Ayuntamiento.

El desolador agujero en las laderas de la Sierra de Mariola, como símbolo de esta urbanización, estará siempre ahí, para recordarnos que el sueño de Serelles acabó en pesadilla.