Hace justo un año, coincidiendo como hoy con la celebración del Día Mundial de los Humedales, el Diario INFORMACIÓN publicó una tribuna que escribí sobre las zonas húmedas de la ciudad de Alicante siendo candidato de EU a la Alcaldía de Alicante. Ya como concejal del Ayuntamiento de Alicante, lamentablemente podría reproducir en su totalidad los contenidos de esa tribuna: nula actividad municipal para divulgar los valores de los humedales de nuestra ciudad, el Plan Rabassa y el macrocentro comercial de IKEA continúan amenazando el entorno de las Lagunas de Rabassa, el Saladar de Agua Amarga sigue esperando un plan de recuperación ambiental que implique a los ayuntamientos de Alicante y Elche, a la Generalitat y al Ministerio de Medio Ambiente mientras la desaladora y el aeropuerto continúan amenazando su integridad territorial e hidrológica.

El abandono institucional de nuestros humedales más cercanos revela, además de una preocupante insensibilidad ambiental, una incapacidad igualmente preocupante para poner en valor una parte de nuestro patrimonio natural, cultural y paisajístico que está esperando decisiones políticas que permitan su protección y recuperación efectivas. Que la ciudad de Alicante no cuente con ningún paraje natural municipal, que bien podría ser alguno de los humedales de su extenso término municipal, clama al cielo. Y que el catálogo valenciano de zonas húmedas, que este año cumple una década desde su aprobación en septiembre de 2002, no se haya ampliado con ninguno de los humedales de la ciudad que merecen acompañar al Saladar de Agua Amarga -única zona húmeda del término de Alicante catalogada hasta el momento- también clama al cielo.

Muchos alicantinos desconocerán los saladares de Fontcalent y de la Serreta, pero ambos deberían estar incluidos, junto a las Lagunas de Rabassa, las Lagunas de Fontcalent, la Balsa de Orgegia o el propio río Monnegre en el catálogo valenciano de humedales. Incluirlos sería una buena forma de celebrar el décimo aniversario del catálogo, así como intentar ampliar los perímetros de protección de los humedales catalogados a su cuenca hidrológica, superando la ridícula arbitrariedad de sus actuales 500 metros de anchura. Y definir con claridad los usos permitidos y excluidos en esos perímetros frente a la indefinición actual -que juega en contra de la conservación de los humedales que supuestamente protegen- nos daría también motivos para celebrar los diez años del catálogo.

De cualquier modo, desde EU seguiremos reivindicando el valor ambiental, cultural y paisajístico de unos ecosistemas singulares de gran productividad y diversidad biológica que debemos poder legar a los alicantinos del futuro en las mejores condiciones posibles. Un legado que pese a la crisis continúa expuesto a las amenazas de un modelo de "desarrollo" que dibuja y ejecuta infraestructuras y nuevos suelos urbanizables sobre espacios que deberían preservar su paisaje y funcionalidad ecológica. Salicornia, tarai, rosseta, fartet, zampullín, saladilla, carrizo, correlimos, pechiazul o albardín son sólo diez de los muchos nombres propios que habitan unos frágiles y bellos espacios que quedaron confinados entre la tierra y el agua. De nosotros depende que puedan seguir habitándolos.