Buscar un lugar digno para que nuestro cuerpo aparque su larga y procelosa vida por este mundo, mientras nuestra alma asciende hasta las más altas cotas de la celestialidad, ha sido uno de los principales anhelos y obsesiones del ser humano desde el mismo momento en que tuvimos -cosa que aún dudo- el primer atisbo de inteligencia. Ese lugar, como ustedes se pueden imaginar, no podía ser "cualquier" lugar; más bien debía tratarse de algo acorde a nuestro deambular humano pasado y a nuestras aspiraciones divinas-y económicas- futuras, pues nuestra carne allí se iba a quedar "aparcada", mal nos doliera, mucho tiempo. Y a las pruebas nos remitimos, pues la vida en el "más allá", amén de eterna, ha de ser en verdad buena y deliciosa... ya que nadie que allí estuvo, que sepamos, ha regresado para visitarnos.

Muchos de ustedes podrían pensar que eso de pacer para la eternidad en un Camposanto, cerca de nuestra urbe y rodeado de aquellos congéneres que tan buen -o mal- vivir nos dieron mientras éramos habitantes terrenales, es algo común y añejo entre los alicantinos. No obstante, las prácticas fúnebres hoy tristemente conocidas por todos nosotros son, por el contrario, relativamente recientes en lo que a tiempo histórico se refiere.

Según parece, "al fundarse en la antigua villa la Cofradía de San Nicolás de Bari, en ella se inscribieron casi todos los vecinos de Alicante". Cuando uno de ellos moría -algo harto frecuente en aquellos años en los que un simple catarro mal curado te llevaba antes de lo previsto ante el Redentor-, se trasladaba el cuerpo del finado a nuestra actual Concatedral por la noche, ricamente amortajado con vestiduras y rodeado de fieles portando velas. Y allí, tras las consabidas plegarias y rezos, "se colocaba en alto túmulo iluminado con antorchas hasta su posterior sepultura abierta en el mismo templo u otra iglesia adyacente".

En el primer tercio del Siglo XVII, suponemos que ya menguadas las exageradas muestras de dolor que a nuestros difuntos ofrecíamos, alguien se tuvo que dar cuenta que aquello, sano, lo que se dice "sano de verdad", no lo era. Por mucho que se situaba el cadáver en ataúdes herméticos y se cerraba el féretro bajo una lápida de mármol o de piedra de la Sierra de San Julián, el tufo a descomposición se hacía difícilmente soportable dentro de la capilla, "y los fieles que asistían á cumplir con los deberes religiosos, es natural que sintieran los miasmas fétidos". Por ello, el Ayuntamiento y el Clero decidieron construir un Cementerio en los bancales próximos al Monte Benacantil, en el lugar aireado donde hoy se encuentra la Fábrica de Tabacos.

Tras la epidemia de peste de 1648, y ya con un flamante Camposanto listo para albergar a su clientela, los alicantinos aún éramos reacios a "descansar" cerca del Castillo de Santa Bárbara -suponemos que a aquellas alturas de la muerte, no considerábamos útil el fresco clima del campo-, por lo que las iglesias seguían llenándose de restos mortales; eso sí, cosas de la modernidad, "limpiándose de vez en cuando la tierra resto de los muertos" para evitar que rebosase entre los plebeyos. Se llegó así a un acuerdo salomónico por parte de la municipalidad: los ricos podrían enterrarse en los edificios de culto, pero el resto debía "aparcar" en tan yermo paraje al aire libre. Como vemos, incluso para oler a muerto, teníamos que ser dueños de brillante y cargada billetera.

Aquel primitivo Cementerio pronto quedó pequeñoÉy hubo que ampliarlo y reformarlo en 1778. Sin embargo, de poco o nada sirvieron aquellos trabajos, pues otra epidemia, en este caso la fiebre amarilla de 1804, nos mandó en numeroso grupo al "otro barrio". El Clero temió entonces que las sepulturas dentro de los templos causaran "notorio perjuicio de la salud del pueblo, que temía la reproducción de la enfermedad en el verano inmediato". Estos miedos obligaron a erigir una nueva morgue, un lugar común para nobles y lacayos. Se eligieron unos terrenos "propiedad del Señor Conde de Soto-Ameno, situados en el distrito rural de San Blas, frente á la ermita de este nombre".

Y paren ustedes de contarÉ por ahora. "En las obras se gastaron 90.198 reales, que fueron satisfechos de los fondos de fábrica de las iglesias de San Nicolás y de Santa María"; y el lugar sagrado se bendijo solemnemente un 14 de Julio de 1805, un año antes de su conclusión.

La historia del Cementerio de San Blas también sería, como pueden suponer, larga, fructífera... y tenebrosa en anécdotas; entre ellas, la de un fantasma que "atormentaba" la vida de nuestros congéneres. Pero hoy ya se ha hecho demasiado tarde y existen cosas de las que es mejor no hablar de noche.

Descansen en paz hasta un próximo día... si pueden